lunes, 15 de septiembre de 2008

Sobre dos ruedas y rumbo a Roma

En Pezcalandia el espíritu aventurero del autor, es lo que nos movilizo a plasmarles este relato.- Recuerda con cariño un viaje en moto con su mujer y otras dos parejas. Disfrutaron de cada ciudad y cada paisaje, aunque también tuvieron que hacer frente a alguna avería. EN agosto de 1984 nos pusimos de acuerdo con mi cuñado Rafael y su mujer, otra pareja de Málaga y nosotros, todos ‘moteros’, para realizar un viaje en vehículo de dos ruedas hasta Roma, bordeando las costas de España, Francia e Italia.Dado que nuestras máquinas eran de cilindrada media –la mía una BMW-650, y las otras, por el estilo–, no quiso unirse al grupo otra pareja, también malagueña, que montaba una moto japonesa de 1.200 cm3, ya que, decían, su ritmo iba a ser absolutamente diferente. Así fue, esa pareja de moto ‘potente’ salió sola y nosotros, algunos días antes. Luego nos encontramos en Roma. Partiendo de Granada, pasamos un par de días bañándonos en la playa de San Juan, en Alicante, lugar en el que yo tenía grandes recuerdos de los veraneos con mi familia en un apartamento que mis padres compraron en la orilla del mar. Era el único edificio en una playa de varios kilómetros de longitud. Hoy parece Nueva York... ¡qué pena!Nosotros éramos más pobres, por lo que uno de los bultos que llevábamos en la moto era la tienda de campaña y los sacos de dormir; eso sí, pasábamos las noches en campings oficiales.
De allí salimos las tres motos hacia el norte, parándonos en algunas playas de la Costa Brava para disfrutar de las aguas del Mediterráneo, que, como todos sabéis, son aguas templadas, tan templadas que te cuesta trabajo salir del agua y cuando lo haces tienes la piel de las manos arrugada como las viejecitas.Ya llegando a Barcelona, la motocicleta de la tercera pareja malagueña empezó a dar problemas y, aunque no era nuestra intención, no tuvimos más remedio que buscar un camping cerca del aeropuerto, un ‘macro-camping’ que más parecía una ciudad de veraneantes pobretones y ‘horterillos’ que una zona de acampada de gente amante de la naturaleza. Aprovechamos la parada en Barcelona para recorrer con detalle la ciudad condal, por lo que permanecimos un día más en tierras españolas, disfrutando de una gran ciudad llena de espléndidos edificios y alegría en sus famosas Ramblas.Después de revisada la moto, salimos por la mañana temprano en dirección a Francia y, tras pasar por Perpiñán y Montpellier, recalamos en Aviñón, la ciudad de los siete Papas. Esta ciudad me impactó de forma especial por su monumentalidad, sus calles medievales y su enorme ambiente juvenil. Claro que hay que reconocer que coincidimos con los festivales de música y los paralelos FEX, que ya por aquellos entonces se hacían en Aviñón.El recorrido en moto desde los Pirineos hasta Aviñón fue precioso y enormemente interesante. La diferencia de ir en coche o en moto es que cuando utilizas el vehículo de cuatro ruedas vas con la mente fija en el destino y no piensas en otra cosa. El destino del viaje en moto es en sí el propio viaje y vas disfrutando metro a metro, haciendo innumerables paradas, por otro lado necesarias, ya que la moto cansa más que el coche. Esa región del sur de Francia está empapada de sangre cátara por la herejía albigense y la cruzada a la que dio pie en el siglo XIII en toda la zona del Languedoc. A mí, como aficionado a la historia de las religiones, me encantó pasar por las tierras que tanta influencia tuvieron en el desarrollo del cristianismo occidental.Después de un día precioso en Aviñón, partimos hacia la frontera italiana y a la altura de Marsella volvió a dar problemas la moto de la pareja malagueña, por lo que no tuvimos más remedio que llevarla a un taller para una revisión más profunda. Desgraciadamente, el diagnóstico de los mecánicos fue tremendo y esa pareja tuvo que volverse en tren hasta Barcelona y, de allí, a Málaga en avión, finalizando su periplo vacacional.Las dos motos restantes continuamos nuestro viaje hacia Roma, pasando por Niza, Mónaco, Génova... y acampamos en Pisa para recrearnos en la famosa Torre, donde nos deleitamos con innumerables fotografías, típicas del más recalcitrante turista. Al día siguiente, nos levantamos para recorrer la última jornada antes de llegar a la capital de Italia y lo hicimos muy temprano porque teníamos la intención de regodearnos en Florencia. Así lo hicimos, ya que es una ciudad bellísima tanto en arquitectura como en pintura y escultura.De nuestra estancia de tres días en Roma, qué os voy a decir... Una de las más espléndidas ciudades de Europa, capital del Imperio Romano, sede del Vaticano, monumentos y más monumentos, ambiente y más ambiente, italianos e italianas agradables por naturaleza que nos hacían sentirnos como en nuestra propia casa. Pero observé algo que hoy me causa regocijo malintencionado (je, je, je...): el tráfico era un infierno.La vuelta a casa la hicimos por la misma ruta con una pequeña diferencia: nos llovió a mares casi hasta llegar a Andalucía. No había pantalón de plástico que lo resistiera, ya os podéis figurar, la moto no era una moto, era una piscina. Otro día os contaré otros viajes que hice en moto por esas tierras europeas y os contaré también cómo es posible que mi mujer, Carmen, se durmiera plácidamente ruteando y no se cayera de la máquina. Pero eso es otra historia...
Por José Manuel García Nieto
Concejal de Movilidad y Comercio, Granada