viernes, 8 de mayo de 2009

Cataratas y Rafting de un Ex Pezcalandia

Las vacaciones venían cortitas para ese febrero de 2009. Apenas una semanita y no se estiraba. Como siempre hay que mirar el lado positivo, según uno aprendió de su padre, lo mejor era vivirlo a full.
Brillante ocasión para llevar adelante aquel plan tan postergado de ir a las cercanas Cataratas lado brasilero y hacer ahí uno de las más tentadoras y promocionadas excursiones: el Macuco Safari. Sería la ocasión también de probar a la New Serena, una Nissan familiar de 3 hileras de asientos, nuevo móvil de la familia Peña, que aún lloraba sin consuelo por la venta de la legendaria Mitsubishi Delica 4 x 4. Esta Nissan era más “auto”, sin ese perfil de vehículo Indiana Jones de la otra japonesa (ya dolorosamente vendida), sobreviviente de mil excursiones extremas. Pues bien, la previa se fue consumiendo en muchas visitas a la web de ofertas de la famosa triple frontera. La ruta nos llevaría por Ciudad del Este y su cada vez más fantasiosa y desteñida pero siempre tentadora imagen de antro barato de pequeñas delicias tecnológicas, por Foz de Iguazú y su enorme oferta hotelera y de excursiones extremas muy variadas y finalmente por Puerto Iguazú, la otra ciudad “dueña-socia” de las Cataratas con otros shows armados para locos y aventureros. El estudio de mercado, definió que pararíamos en un Hotel de Puerto Iguazú y desde ahí nos moveríamos de un lado a otro a la pesca de las mejores excursiones de cada país: el Macuco Safari de los brasileros (paseos en la selva, lancha por el río Iguazú hasta la Garganta del Diablo con mojadura plena bajo las cascadas incluída y un “soñado” rafting en los rápidos del mismo río) y el Iguazú Forest de los argentinos (rappel en cascada y una tirolesa de más de 800 metros a 30 metros de altura en la selva misionera). El raid, prometía luego un viaje a Encarnación, para llegar el sábado y asistir por segunda vez al famoso carnaval encarnaceno. Frutilla del postre. Todo arreglado. Los Peña sufrían la baja de Juan Manuel (22) quien debía trabajar esos días en el Estudio Jurídico, pero sumaba la presencia desde Buenos Aires de Nadia Palacio (21), hija mayor de una querida amiga de la familia. Entonces el número de pasajeros, se mantuvo en 6. Nadia más Nacho (8), Belén (17), Laura (18) y la pareja procreadora y líder excursionista. La hora de salida fue pactada para las 04:30 hs AM del primer miércoles de febrero. A la hora señalada y con todos los mínimos bártulos cargados en la Nissan, la expedición a la triple frontera partió en medio de la oscura noche asuncena. Solo media hora después de la partida ya llegando a Caacupé, una sencilla pregunta de Mónica dirigida a las adolescentes del grupo generó la primer mini-crisis de estas breves y bien planificadas vacaciones. Dándose vuelta y mirando a los ojos de sus dos hijas preguntó: “Laura, vos trajiste tus documentos verdad?”. “Sí” respondió lógicamente la mayor de las Peña presentes.
Mónica continuó: “Belén, vos trajiste tus documentos verdad?”. Un repentino e inesperado para mí “NO” como respuesta, resonó trágicamente en mis oídos. “¿Cómo? ¿¿¡¡Me están jodiendo!!??-dije casi soltando el volante de la Nissan. “No puede ser”- dije como queriendo que haya sido una equivocación de la menor y que ahora diría: “Sí, claro aquí los tengo!!”. Pero no, eso no ocurrió. Era verdad. María Belén ni pensó en que su cédula de identidad era imprescindible para viajar de país a país. Mientras giraba el volante para volver a Asunción, mascullaba la desgracia acaecida hasta que a Mónica se le ocurre preguntar en la Comisaría de Caacupé si es que con un Certificado de Extravío de Cédula, podíamos pasar la frontera. La Policía dijo que sí y nos extendió un Certificado de la Policía Nacional en menos de 15 minutos.
Dudando seriamente de que realmente serviría ese papel para pasar la frontera, lo doblé cuidadosamente y guardé para el momento en que me lo pidiesen. Decidí no pensar en eso y seguir adelante. Casi irresponsablemente. Ya se me ocurrirán argumentos, pensé. El viaje fue muy bueno hasta Ciudad del Este. Bajamos a un Shopping para preguntar algunos precios como por ejemplo el de la carcaza sub-acuática de nuestra cámara fotográfica Sony, que existía pero que valía más de 100 dólares. Obvio, no lo compré. Las chicas y Nacho compraron algunos accesorios para justificar la bajada del auto y seguimos camino. Pasamos la frontera de Foz de Iguazú sin que nadie nos detenga. Ni nos miraron. Genial –pensé- así da gusto viajar sin documentos. Buscamos el camino a Puerto Iguazú, donde tenía hecha una Pre-Reserva telefónica en un Hotel de la zona (por suerte sin exigencia de giro de dinero …. ya verán por qué “por suerte”). Bien rumbeados, la Nissan se arrimó a la Aduana Argentina. Había una cola de 20 autos más o menos y podíamos ver que en la Casilla que nos tocaba, una señora dialogaba con cada conductor y le pasaban papeles. Ella escribía en una PC. La espera nos dio tiempo a reunir todos los documentos disponibles y a que pensemos con Mónica como justificar que esa chica de 17 añitos que viajaba en nuestro móvil era efectivamente quien decía ser en ese Certificado de la Policía Nacional paraguaya. Mónica encontraba por ejemplo un Recibo de Dinero a su nombre de la Universidad Nacional de Asunción, su Carnet de la medicina pre-paga y otros papeles vinculantes que toda madre lleva consigo de sus hijos, en su cartera (menos su cédula, lógico).
Pues bien, el auto que estaba adelante pasó y yo con mi mejor cara de POKER, avancé frente a la dama argentina. Una sonrisa buena onda, un saludo amable de “Buen díííííííííaaaaa” y le extendí gentilmente todos los documentos disponibles.
Mientras ella los miraba, mentalmente iba ensayando las frases: “tenemos muchos documentos aquí que complementan esa información, por ejemplo …” ó “…. la Policía Nacional paraguaya nos aseguró que con ese Certificado podíamos pasar” …ó … “es mi hija señora!! ¿cómo quiere que se lo diga? No ve que somos igualitos!!” ó lo que me surgiera en ese momento. Pues bien, la señora de la Aduana, un tanto regordeta ella, meneó la cabeza y dirigió su mirada a mí diciendo la frase tan temida: “…no van a poder pasar…” Desde luego como un tigre salté fraseando al toque un primer argumento de los que tenía preparados: “pero señora tenemos la denuncia de extravío y …” a lo que me interrumpió con una frase-balde de agua helada diciéndome: “no pueden pasar porque Usted tiene su Cédula vencida…”. Estupor. Sorpresa. Horror. Se dirigía a mí y mientras tanto me exhibía MI Cédula de Identidad, agregando muy oronda: “ esta Cédula se le venció el 5 de enero de 2009 y hoy es 4 de febrero ya..” ¿Cómo? No puede ser – me salió decir naturalmente tomado en off side, mientras percibía que en mi Nissan, todos los pasajeros dirigían su mirada exterminadora hacia mi nuca-.
Tomé mi vieja Cédula en mis manos y corroboré que efectivamente decía VENCIMIENTO 05 DE ENERO DE 2009. Contragolpeé con un “pero de esto hace menos de 20 días nomás…” La señora inmutable respondió nuevamente con un “no señor, con documentos vencidos no puede ingresar”. De nada sirvió hablar con un superior a ella, más cuadrado que un dado, que sólo me respondió “déme su Pasaporte y pasa”. Le expliqué que tenía una reserva de Hotel por 3 días y que era un turista, etcétera y etcéteras.
La respuesta de este señor con cara de nada fue la de un clásico empleado público sin pienso: “¿¿Usted sabe para qué estamos nosotros acá??”. Ya entenderán ustedes la suma de improperios que mentalmente le dirigí a este ser-funcionario, más parecido a un burro lechero que a un ser-pensante. Derrotado y humillado, tomé el volante y salí del umbral del territorio argentino y giré hacia mis amigos brasileros, a quienes ni les importaba quién entra a su país, si es que deja sus dólares o reales. Ellos sí que la tienen clara. Eran casi las 12 del mediodía y me dirigí rápidamente a visitar algunos Hoteles que ya había averiguado costos por Internet. Bajé como en 5 Hoteles y negocié bien vía extorsión, con aquella famosa frase regatera “en aquel Hotel me ofrecen a tanto…” y así iba consiguiendo rebajas, hasta que encontré el piso de costo, muy semejante a lo que iba a pagar en Puerto Iguazú, pero en Brasil, con todo lo que significa imaginarse esos grandes, deliciosos y surtidos desayunos incluídos en la tarifa. Paramos en el confortable Hotel Florencia, a solo 5 km. de las Cataratas lado brasilero. Nos ubicamos bien en dos habitaciones y aprovechamos la tarde de sol para la piscina, que a propósito estaba lleno de chicos y familias de alemanes mennonitas, muy ruidosos por cierto. El Hotel tenía también espacios para pool, ping pong, futbolito y juegos de mesa, los que serían una gran ayuda si es que la lluvia apareciese, según anunciaban los pronósticos del tiempo. Sin tiempo que perder empecé a planificar la visita a las Cataratas para el día siguiente. Si no llovía, claro. Pues bien, amaneció soleado y luego de nuestro primer y opíparo desayuno brasilero enfilamos la Nissan hacia el Parque Nacional Iguazú. Entrada imponente, prolija y amplia. Estacionamos y casi antes de entrar, nos encaran dos Guías Turísticos. Como llegó antes a nosotros, nos quedamos con Angela, una paraguaya ya medio brasilera de unos 50 añitos, quien nos atendió de maravillas y nos contó e instruyó de todas las bellezas del Parque Nacional, de cómo se formaron las Cataratas, nos mostró imágenes animadas en pantallas bien didácticas y nos dio un mini-curso de ecosistemas, etc. Ya instruídos todos, nos dispusimos a empezar la aventura. Rodeados de turistas de Japón, España, Argentina, Paraguay y quien sabe de dónde más, subimos a un BUS muy confortable y con aire acondicionado para dirigirnos al tan mentado MACUCO SAFARI. Era la segunda parada y habrán pasado unos 10 minutos de viaje por caminos muy hermosos, plenos de verde selvático, sombras y vistas muy prometedoras. Bajamos y de entrada ya una foto bajo el cartel del coqueto MACUCO, como anticipo de lo que sería algo para recordar. Compramos los 6 tickets para el paseo MACUCO y ahí mismo se tuvo que descartar al menor de los excursionistas para el RAFTING, Nacho (8 años), pues se requería tener un mínimo de 14 años de edad. Obvio, la madre se autoexcluyó solidariamente de esta locura insensata de los otros y para el RAFTING sacamos solo 4 tickets. Ya estábamos jugados. Nos subimos al carrito MACUCO. Uno de esos jeeps eléctricos con un chofer, una Guía sentada frente a nosotros, unos 12 pasajeros que estábamos en filas de a 3 personas en un trailer descapotado. Enfilamos a la selva del Iguazú, por un sendero de no más de 3 metros de ancho. A nuestros costados, selva virgen, puro verde, brutalmente natural. La Guía se llamaba BLONI, una morochita de unos 25 años, pedagoga ella, muy cordial y dueña de un aceptable portuñol. Así el carrito fue parando varias veces y BLONI nos mostraba inmensas telarañas que cruzaban de lado a lado el caminito (más de 3 mts.) con sus orondas arañas de no menos de 10 cmts. de tamaño a la vista. Vimos algunas plantas exóticas, una piña rosada de la selva, no comestible, y comentarios de que la fauna silvestre del lugar incluía desde dulces ardillitas hasta los temibles yaguaretés. Por suerte ninguno de estos últimos, vino a saludarnos. Terminado este recorrido, caminamos unos 600 metros más hasta divisar el Puerto MACUCO. Había que bajar un barranco de piedras hasta llegar a orillas del Río Iguazú que lucía amplio (unos 30 mts.) y sereno, en ese tramo. El Puerto era una gran balsa flotante amarrada y a sus costados la Lancha de Excursiones. Un enorme bote inflable, con unos 20 asientos y un poderoso motor fuera de borda. El puente hasta esta Balsa, estaba llena de salvavidas naranjas y a medida que íbamos entrando, cada uno tomaba el suyo. BLONI se despidió y nos dejó a cargo de otro grupo de coordinadores. Nos colocaron los salvavidas y de a uno fuimos ubicándonos en la gran lancha. Se encendió el motor, un Coordinador se puso adelante, munido de su filmadora con carcaza sub-acuática (currito extra de los macuco- boys) y el Capitán, tomó el comando de motor y volante. Nacho se sentó al lado de su hermana mayor, Laura. Belén junto a Nadia y Mónica con capucha protectora incluída a mi lado, muy cerca del Capitán. Estábamos listos para la gran aventura. Salimos. Eran las 12,30 hs., cielo celeste, pocas nubes y posiblemente harían unos 30º. Sin embargo el río y la cercanía de las Cataratas seguramente hacían que la temperatura se sienta agradable. Con el motor en marcha y avanzando directo hacia las grandes cascadas una plácida brisa golpeaba nuestros rostros. Estábamos preparados para asombrarnos y disfrutar. Por el ruido del motor fuera de borda, nos pasamos gritando entre nosotros para que miremos hacia allá o hacia aquí, esto o aquello. En los primeros 2 km., a los costados del río solo se observaban barrancas de piedra y verde de unos 30 metros de altura aproximadamente. Lo mejor estaba por venir. Empezamos a acercarnos las primeras caídas de agua y por ende a zonas rápidas del río. Se veían y sentían las primeras oleadas del río que hacían elevar y bajar la trompa de la lancha, acompañando nosotros con gritos de alegría y euforia. Las palpitaciones empezaban a levantar el ritmo cardíaco. Más allá, más cascadas. Sin inmutarse por éstas, la lancha seguía rápida hacia el frente buscando las mejores vistas. Un kilómetro adelante, el Salto San Martín se mostraba fantástico. Este salto calculo yo, tendría unos 100 metros de ancho por unos 50 metros de alto y se encontraba como en un recodo del río. La lancha detuvo su marcha a unos 30 metros de él, como para que podamos sacar fotos y observarlo detenidamente. ¡¡Guau!! Era muy bello de mirar, pero esto era sólo el principio del éxtasis. El Capitán arrancó su motor nuevamente y nos indicó que guardemos nuestras cámaras fotográficas dentro de una gran bolsa de neoprene, super impermeable. Todos obedientes guardamos nuestras cámaras en ella, y el Capitán me pasó la bolsa para que la tenga cerca de mí, protegiéndola. OK. Esto sería sin testigos. Arrancó el hombre. Máxima velocidad y rumbo a lo mejor del recorrido. El río era cada vez más torrentoso. La trompa de la lancha se elevaba y bajaba golpeando en las aguas del Iguazú y seguía avanzando. Ya la vista era increíble. Las Cataratas desde abajo y desde ese punto se veían interminables. Alturas de 50, 60, 70 metros. La longitud hasta donde la vista nos daba, la calculo en unos 400 mts. El caudal de agua cayendo furiosa y ruidosamente, era imposible de calcular. ¿Cómo puede caer tanta agua por segundo? ¿Cómo el agua no se agota? Estas preguntas que parecen sonar tontas, son las que cualquier mortal puede hacerse con solo contemplar semejante fenómeno de la naturaleza. Por esto es que turistas de todo el mundo acuden de a cientos de miles, año a año. Una maravilla. DE pronto la lancha pega un giro, poniéndose de frente a un enorme salto. No sé si era la Garganta del Diablo o cuál otro, lo cierto es que luego de unos instantes el Capitán le dio AVANCE al motor y nos dirigíamos directo a la gigantesca caída de agua. Otra vez los gritos de asombro y euforia, casi inaudibles por el sonido retumbante del agua cayendo y chocando contra las rocas del lecho. Justo al llegar al filo de la cascada, la lancha vuelve a girar poniéndose en paralelo. Gritos. Risas. Asombro. Locura. Nos estábamos empapando a full. No podíamos levantar la cabeza a causa de la gran cantidad de agua que nos caía en la cabeza y todo el cuerpo. Ahí recordé que tenía mi dinero en el bolsillo derecho, pero qué se podía hacer? Mejor disfrutarlo. La lancha entraba y salía del lugar, dándonos momentos de respiro. Estábamos debajo del gigante. Estábamos mojándonos a pleno. Estábamos felices. Irremediablemente impactados por la naturaleza. Algo inolvidable. Con la sonrisa congelada en nuestros rostros, la lancha iniciaba el retorno al Puerto MACUCO. Todavía seguíamos comentando entre risas lo que habíamos vivido, cuando de pronto el Capitán pregunta: “¿quiénes son los que harán RAFTING?”. Laura, Belén, Nadia y yo levantamos la mano. “OK entonces, aquí se bajan” – dijo escueto el hombre y nos indicó con su mano otra base ubicada entre las rocas a unos 20 metros más arriba. Esa base del equipo de RAFTING, era una carpa con un montón de salvavidas, sogas y otras yerbas que no alcanzaba a divisar bien. Mónica se despidió con Nacho de nosotros, con una sonrisa nerviosa y una frase tragi-cómica: “vuelvan por favor…yo les espero con Nacho…¿estás seguro Delfi ¿no? ”. Por supuesto, eso no le respondí. Solo le entregué mis billetes mojados y le dije “nos vemos enseguida”. Nacho nos sonrió, levantó su manito y la lancha que los llevaba siguió su curso río abajo. Quedábamos “solos”. Un silencio abrumador, nos acompañó rocas arriba hasta llegar a la Base de los Raftinguistas. Ahí estaba yo, adulto irresponsable a cargo de 3 mujeres adolescentes, a punto todos de cometer una locura. Nos recibe un morocho grandote, ni me acuerdo el nombre. El grone chistoso se la pasaba haciéndonos bromas, sobre todo cuando se enteró que ninguno de nosotros había hecho rafting en su vida. Yo me reía de todo, disimulando mi arrepentimiento. ¿A dónde me iba a escapar? Mientras el negro hablaba, veía que traían la enorme embarcación inflable y amarilla. El bote del RAFTING. Eso era para nosotros. OK. No hay salida. Esto iba a ocurrir nomás. El negro muy simpático nos hizo firmar unas papeletas de responsabilidad civil, diciéndonos “nosotros tenemos un convenio con una funeraria y necesitamos que nos firmen aquí, que están de acuerdo con nuestra oferta…jojojo”. Como esas, mil bromas del brasilerito canchero, tuvimos que escuchar hasta que se puso serio y empezó el Curso de Instrucción. Nos presentó al remo, cómo se lo agarra, cuál es el movimiento hacia delante, cuál hacia atrás. Siguió indicándonos que a la orden de “SEGURO”, dejábamos de remar y nos debíamos tomar de una soga lateral del bote con el brazo encima del remo e inclinando el cuerpo hacia adentro del bote. Ante la orden de “PISO”, la indicación era apoyar el culo en el piso, sujetando el remo dentro del bote. Nos enseñó también qué hacer si nos caíamos al río. Nada de intentar nadar hacia el bote. Debíamos extender los brazos y dejar que la corriente te lleve, pero sin dejar de mirar hacia el bote ¿?, que cuando te tiren la soga de rescate, había que agarrarlo pero no ponerse de frente al bote, sino de espaldas para que nos entre agua en la boca y etc., etc. Pues bien, las indicaciones seguían y yo cada vez que aprendía la última que decía el grone, me olvidaba la anterior. Lo más grave vino con una pregunta que nos hizo el instructor: “Muy bien, ya saben todo, ahora díganme cómo les gustaría esta experiencia … ¿quieren hacer un RAFTING forti …ó… un RAFTING …tranquiiiiilo…?”. Glup. Silencio de los 4. Hasta que Belén, la más inconciente de todos dijo descaradamente: “…. yyyyy si llegamos hasta acá… ¡¡¡ que sea Forti !!!. Claro, nosotros, los otros 3, clavamos la mirada en Belén. Nadie le dijo nada, pero hubiéramos querido tener un algodón empapado con cloroformo para hacerla dormir. La trágica frase estaba dicha y el negro dijo muy campante: “OK, asi será”. Nos ajustaron otros salvavidas más seguros que los otros, nos dieron los cascos, nos dieron un remo a cada uno y ya está. A subirse al bote. El negro canchero se quedó en la Base y nos acompañaban dos tipos, un rubio alto y un gordito morocho. El rubio se ubicó atrás de todo, donde había dos enormes remos que él manejaría como Capitán. El gordito se ubicó delante de todo y me señaló a mí como que era el mayor de todos a que lo acompañara adelante a la derecha de él. Claro que el tipo no sabía que yo estaba absolutamente impactado por lo que iba a hacer y que encima, nunca aprendí a nadar. Nadia se sentó detrás de mí. Belén detrás del gordito y Laura detrás de Belén. Atrás de todo con los 2 remos fijos, el rubio Capitán. El tipo me indica que ponga el pie derecho dentro de un porta-pie pegado en el piso del bote, debía introducirlo ahí, como única sujeción de mi cuerpo con el bote. El pie izquierdo, debía cruzarlo por detrás de mi pie derecho. Tensión nerviosa máxima. Ultima práctica antes de salir. Tomen el remo. Ahora practiquen ADELANTE. Ahora ATRÁS, Ahora SEGURO. Ahora PISO. Y qué se yo qué más gritaba el rubio desde atrás, pues se nos mezclaban todas las órdenes. El tipo habrá visto que éramos unos deportistas extremos con experiencia mundial, pues después de esa mini-práctica de órdenes dijo. “ muy bien, partimos entonces …ADELANTE!!”. ¡¡Guau!! ¿Cómo explicarlo? En las primeras 5 remadas hacia delante, ya me cansé y ni habíamos hecho ni 20 metros en el río. En ese preciso instante me pregunté muy sinceramente a mí mismo: “¿qué carajo hago yo aquí?. Empezamos a enfrentarnos a olas y las órdenes del rubio iban cambiando frenéticamente: “ATRÁS” … “ADELANTE” …”SEGURO”….y nosotros, los marineros hacíamos lo que podíamos. De vez en cuando mi carácter de padre y tío, hacían que eche miradas “responsable” hacia atrás para ver cómo iban las chicas. Ellas iban, hiper concentradas, peleando por sus vidas, aferradas a sus remos y mordiéndose los labios. La cosa era fuerte. Nadie quería que el bote se de vuelta y le poníamos garra, sin ninguna otra opción a la vista. A nuestros costados pasaban algunas lanchas de pasajeros del paseo MACUCO rumbo a la Garganta del Diablo y nos saludaban sonrientes como no explicándose para qué corno hacíamos semejante esfuerzo, si podíamos recorrer el río cómodamente sentados como ellos en sus lanchas a motor. Nosotros no teníamos tiempo ni de saludarlos, el rubio seguía gritándonos: “ATRÁS” … “ADELANTE” …”SEGURO”…. Parecíamos masoquistas. Pagamos para sufrir. Si queríamos una aventura extrema, ya sabíamos lo que se siente. Yo ya me quería bajar y que termine de una vez, mientras, el rubio seguía vociferando como un loco sin remedio. Unos 2 kilómetros más adelante estábamos “muertos”. Por suerte las aguas se volvieron sorprendentemente calmas. La furia había pasado. Ahora la sensación era como deslizarse en una suave alfombra de agua, sin necesidad de remar. El rubo abandonó nuestro bote y se subió a una lancha de pasajeros que pasaba hacia su Base nuevamente. Nosotros nos quedamos con el gordito, que nos contó que en ese lugar la profundidad era de 30 metros y que se podía nadar sin problemas. “Ah” registramos el dato sin comentario alguno. El gordito insistió: “acá se puede nadar tranquilos, tírense al agua y disfruten del agua, no hay peligro alguno…”. Nosotros mutis y quietitos. ¿Quién podía de nosotros hacer algo más, como eso de tirarse al agua del río Iguazú? Belén. Sin decir nada se paró de golpe y apuntó su cuerpo a unos 3 metros del bote, previa patinada dentro del bote, cosa que la llevó a hacer una carambola de billar, rebotando de goma en goma, pero finalmente consiguiendo su objetivo de caer de cabeza al río. Dos segundos después, Laura pegó otro salto mortal. El gordito nos miró a Nadia y a mí y volvió a invitar: “tírense y disfruten”. Como yo no sé nadar y no lo quería preocupar al gordo, me agarré de la soga que rebordea todo el bote y deslicé mi cuerpo al Iguazú. Estaba en el agua. Nadia, siguió a las chicas y de un salto estaba a 3 metros del bote. Estábamos flotando a la deriva en el río Iguazú, el mismo río que se junta con el Paraná y termina en el Río de la Plata. La sensación de frescura era incomparable. Era una terapia de relax para paliar el enorme esfuerzo que habíamos hecho en nuestra experiencia de RAFTING. Ibamos charlando, cómodamente todos flotando, pero yo especialmente aferrado a la soga del bote, por las dudas ¿vio? Como ya faltaba poco, cada uno iba pidiendo que el gordo nos ayude a subir al bote. La pericia y fuerza del gordo hizo que pudiera levantar a las 3 chicas y a mi cuerpito de casi 1,90 mts. con unos 96 kilos. De pronto visualizamos que estábamos llegando al Puerto MACUCO y creo que fue Belén la que dice: “allá esta mamá con Nacho… y parece que nos está filmando”. “¿Filmando?” – pregunté y enseguida y por si acaso fuera así, dí yo la orden de remar a todo ritmo de modo a que quedara registrada aunque sea una parodia de RAFTING en el video. Jajaja!! Era muy ridículo, pues las aguas eran hiper calmas y bajábamos mansamente, pero ya me imaginaba que usando trucos en edición y a una velocidad de imagen más rápida a alguien podríamos mentir que estábamos en “plena alta competencia”. La recepción que nos hicieron fue “gloriosa”. Mónica y Nacho adivinaron que habíamos vivido una experiencia límite. Anchas sonrisas, abrazos, bromas, fotos. Éramos los héroes regresando con gloria. Cansados, empapados, extasiados, felices. Sabíamos que nuestro RAFTING fue el típico de turistas, pero la alegría era enorme porque nos dejaron jugar a que era en serio. Terminamos de secarnos al sol, recuperamos todas nuestras pertenencias y salimos como todo mortal a hacer la recorrida a pie por las Cataratas. Las piernas seguían misteriosamente temblequeando. A pesar de todo, seguimos disfrutando de las vistas, filmando y sacándonos fotos, hasta que el cansancio dijo no va más y nos subimos al BUS para regresar a nuestro auto. Eran las 18:00 hs., habíamos pasado nada menos que 7 horas en el lugar. A mi lado en el BUS un español le decía a su grupo de turistas una frase que sintetizaba todo: “es tan fuerte y emocionante lo que hemos vivido que perdimos la noción del tiempo”. Me encantó la frase y la hago propia. Habíamos vivido algo incomparable. Las vacaciones continuaron, pero lo mejor había pasado. Un par de días después nos dirigimos a Encarnación y vivimos una noche de alegre Carnaval. Al día siguiente domingo ya, fuimos a conocer las Ruinas de Jesús de Tavarangué (1768), obra monumental de las misiones jesuíticas. Estábamos hechos. Las aventuras pensadas para Puerto Iguazú, quedarán para otra visita. A nadie le preocupó. Todos felices y la misión, cumplida.
Desde Asunción - Paraguay
Para Pezcalandia
Delfin Peña Bareiro