viernes, 2 de abril de 2010

Peces nativos del Titicaca, en peligro

Ha llegado a Pezcalandia directo de nuestro corresponsal el Puma de Bolivia, éste relato rico en contenidos y dice así, "bien rica era la boga”, comenta Oswaldo Aguirre (46) a quien se le hace agua la boca cuando recuerda el sabor de este pescado.
Sin embargo, sólo lo puede disfrutar en la memoria, ya que la boga es una de las dos especies nativas del lago Titicaca que se extinguieron hace décadas. La situación de los peces es crítica en el Lago Sagrado. No sólo desaparecieron dos variedades, sino que las restantes están en grave peligro. La creciente contaminación, la pesca excesiva, la introducción de nuevas especies y la falta de conciencia pueden acabar convirtiendo la cuenca en un desierto acuático.
No ayuda el hecho de que los animales sean exclusivos de las aguas altiplánicas. La pesca en el Titicaca puede significar la desaparición de al menos tres especies.
Problemas con la exclusividad
Los peces nativos de la cuenca del Titicaca viven solamente en este hábitat. “Son especies muy endémicas —explica Jaime Sarmiento, ictiólogo (especialista en el estudio de los peces) de la Colección Nacional de Fauna— y no pueden existir en otros cuerpos de agua sin que cambien sus características físicas y fisiológicas”.
Tal es el caso de la boga (Orestias pentlandii). Sarmiento recuerda que, en la década de los 90 un grupo de investigadores salvó unos cuantos ejemplares. Éstos fueron traspasados a una laguna del altiplano peruano.
La idea era salvar los peces de la inminente extinción, pero los resultados no fueron los esperados. Sarmiento sorprende al asegurar que “la boga que se llevó a Perú ya no es la misma especie”. El cambio de ambiente sumado a las diferentes condiciones de alimentación fue alterando a los descendientes de los primeros peces refugiados. Ahora, aunque tienen características semejantes a los de la boga, los animales evolucionaron en una nueva variedad. Esta cualidad de los peces inutiliza algunas de las medidas para su conservación. No pueden ser trasladados a otro ambiente y esto hace que muchas variedades sean extremadamente vulnerables a la pesca descontrolada. Soraya Barrera Maure, también ictióloga, alerta de que, en el altiplano, la captura en cuerpos de agua puede terminar en la muerte de toda una población piscícola. Y el riesgo en el Titicaca es muy alto. No existe ningún control de la actividad pesquera en esta cuenca. Diariamente, grandes redes de material poco adecuado —duro y rígido— son lanzadas a las aguas para ser arrastradas por las embarcaciones. A su paso, atrapan sin distinción cientos de presas grandes, pequeñas, buscadas o no.
Tres especies en peligro
Según denuncias del Centro de Investigación y Desarrollo Acuícola de Bolivia (CIDAB), la vigilancia sobre la captura de especímenes en el Titicaca dejó de ser efectiva hace seis años. Esto implicó un aumento descontrolado de la pesca que amenaza principalmente al suche.“Siempre se busca el pez más grande, que es el que más vende en el mercado —asegura Barrera— ése es el que les interesa a los comerciantes, el que sirve para ganar más plata. Actualmente, los especímenes de mayor tamaño son la trucha (Onchorhynchus myckiss) y el suche (Trichomycterus rivulatus)”. Antes ese riesgoso “privilegio” le correspondía a los desaparecidos boga y humanto.
Los datos del CIDAB hablan de una falla en la regulación que data de hace unos seis años; sin embargo el problema de fondo es mucho más antiguo. El peligro que amenaza a las especies del Titicaca se hizo evidente ya en 1967, cuando se declaró oficialmente extinto al humanto (Orestias spp), hasta entonces, el pez más grande de la cuenca lacustre.
Después, los pescadores fijaron su vista en la boga, que fue capturada indiscriminadamente hasta su desaparición. Ahora le llegó el turno al suche, el carachi dorado o amarillo (Orestias albus), y el ispi (Orestias ispi). El ictiólogo Hugo Marín indica que actualmente no existe una norma pesquera adecuada en el lago Titicaca. En el criterio del científico, el Estado debería enfocar sus esfuerzos a establecer épocas de veda para aquellas especies que se encuentran en peligro de extinción. Pero poner en práctica una solución no es fácil. “Parte del problema es que familias enteras de poblaciones en las orillas del lago dependen de la pesca... y no todas pueden criar truchas”. Soraya Barrera agrega que el trabajo de conservación biológica en el Titicaca requiere de un estudio socioeconómico de las comunidades aledañas a la cuenca.
El análisis es necesario para determinar la estrategia ecológica a seguir e incentivar el acercamiento a los pobladores. Éstos, al depender de la pesca para incrementar sus ingresos diarios, se ponen a la defensiva en cuanto se habla de reducir los volúmenes.
Otro problema es que existe desconfianza por parte de los comunarios del lago hacia las políticas de conservación. Barrera cuenta que los pescadores son reacios a registrar, como deben, cada captura que realizan. “Ellos creen que si firman los registros les cobrarán un impuesto extra —agrega la ictióloga— o les quitarán todo lo que consiguieron”.
Y en este punto también influye la demanda de pescado, que ofrece la posibilidad de incrementar los ingresos. Tanto así, que las presas más pequeñas que quedan atrapadas en las redes, que deberían devolverse a las aguas, son comercializadas como ispis... aunque no lo sean.
Paradójicamente, los pescados más deseados —la trucha y el pejerrey— tienen responsabilidad en el proceso de extinción de algunas variedades nativas. Estas especies foráneas se hicieron las más fuertes en el ecosistema frágil en el que fueron introducidas.
Alojados peligrosos
La trucha está en el lago desde los años 40. La intención al “sembrarla” fue puramente comercial: se quería mejorar la industria piscícola local. Pero, hubo un resultado no esperado: la aceleración de la muerte de los peces nativos.La trucha es un animal depredador que se alimenta de los Orestias locales. Pero eso no es lo peor. La verdadera amenaza para el ecosistema está en las enfermedades y parásitos que el espécimen introducido porta.
Barrera asegura que la depredación de este pez no es tan mala como se cree. “Sí, es cierto, la especie se come a otros animales, pero son pocos los ejemplares que nadan libremente. El problema es que tienen hongos y males para los cuales los suches e ispis no tienen defensa”, agrega.
En la década de los 60 se introdujo sal pejerrey con la esperanza que se coma a las crías de las truchas salvajes.
El remedio fue peor que la enfermedad como confirma Sarmiento. “Ahora los animales locales se encuentran atrapados entre estos dos depredadores y sus enfermedades”.
Otros enemigos
Y, para colmo, está la siempre creciente contaminación. Los tóxicos provienen de la industria turística, las cloacas de La Paz, El Alto y de las poblaciones aledañas que no tienen alcantarillado y que botan sus desechos al lago.
Asimismo, los totorales, donde las hembras ponen sus huevos, están muriendo. ¿La responsable? la lenteja de agua. Esta planta, verde y pequeña, se aglomera en la superficie. Así impide que la luz solar, necesaria para la fotosíntesis, llegue a las profundidades, lo que mata a la totora.
Ante la amenaza los científicos están alarmados. No es para menos porque, de no tomarse prontas medidas, el Lago Sagrado puede convertirse en un desierto poblado solamente por peces intrusos y plantas parásitas.
Por Jorge Soruco
Fuente La razon
Photos Archivo La Razón