jueves, 18 de diciembre de 2008

Mataban tortugas marinas, hoy sus hijos las protegen

Cuando una tortuga es adulta regresa a la playa donde nació y cava un hoyo para depositar más de cien huevos, en promedio.
Cuando Julián Rivas era un niño y apenas comenzaba a nacer como hombre de mar, por las playas de El Valle, en Bahía Solano (Chocó), corría sangre de tortuga."Nadie dejaba una viva. Los machetes no daban abasto para cortar cabezas, aletas y sacar tanta carne", dice.Pensó entonces que cuando fuera grande debía ser cazador. Se contagió de ese ejemplo y se integró a un grupo de pescadores que eran como una 'plaga humana' que perseguía con saña a los reptiles.Los huevos que encontraba, a veces más de 500, los repartía entre sus amigos como golosinas. Y tenía tantos caparazones guardados en su casa que parecían los trofeos de un campeón olímpico.Son las 12:30 a.m. de un domingo de finales de octubre y acompaño a Julián a recorrer las playas de este corregimiento vecino del parque nacional Utría. Han pasado 20 años desde que comenzó a matar tortugas y vamos por más. La noche es perfecta para encontrarlas porque no hay luna. La marea ha crecido tanto que casi tapa la orilla y por eso nos toca avanzar entre el agua. Hay que hacer poco ruido y andar casi a tientas. Al rato aparece la primera.Es una golfina, conocida como caguama. Julián la mira, pone la mano sobre su coraza, que parece de piedra, y la voltea con cuidado. Pero esta vez no la pone en su espalda para llevarla hasta su rancho y tener alimento para 15 días. Ahora la mueve para medirla. Recoge 112 huevos que la tortuga enterró en un hueco que ella cavó, y los lleva a un tortugario para que se reproduzcan sin peligro. Luego la devuelve al océano.Con sus instintos de cazador en descanso, él es ahora uno de los líderes de un pacto para frenar la cacería de las cinco especies de tortugas marinas que llegan a este sector del Pacífico, uno de los más importante del mundo para su reproducción.Él sabe que todas están en peligro crítico de extinguirse, como lo reporta la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza y Conservación Internacional.Julián y otros 14 campesinos y pescadores, entre los que hay tres mujeres, recorren en grupos los nueve kilómetros de Playa del Valle cada noche.Su tarea implica caminatas de hasta cuatro horas, a veces bajo los aguaceros del Pacífico, que parecen más un diluvio, ante una marea que sube y baja y que en ocasiones no deja avanzar con rapidez. También se está a merced de un millar de zancudos e insectos. "Hay tantos que uno mata un jején y llegan 500 al funeral", dice entre risas Héctor Herrera, guardián al que todos conocen como 'Garabato'."Hacemos esto porque sabemos que las tortugas están desapareciendo. Ver una carey, por ejemplo, es casi un milagro, como una suerte que también queremos para los niños de este pueblo", dice.En los últimos cuatro meses, y durante la temporada anual de desove (julio a diciembre), él y sus compañeros han visto más de 100 hembras y recogido más de 40 mil huevos de las golfinas lepidochelys olivacea). Todos han sido llevados a la estación Septiembre, en la misma playa, donde la mayoría se han reproducido.Luego de nacer las liberan en la playa en jornadas en las que participan los niños de los colegios de El Valle, que les hacen canciones y alabaos para pedir por su supervivencia. Se estima que de cada 10, solo una logra escaparse de los 'depredadores'. El resto será comida de tiburón, de una ballena o acabará con su estómago lleno de plástico.Evelyn Pérez, una de las tres guardianas, liberó más de 20 en compañía de sus hijos el 25 de octubre pasado. "Una tortuguita de días de nacida que acaba de llegar al mar, regresará a la playa donde nació dentro de 20 años. Nadie sabe cómo lo logran".Los biólogos explican que las que logran ser adultas y reproducirse sobre los 30 años, están amenazadas por la pesca incidental. Más de 250 mil mueren en las jornadas de captura de atunes, merluzas o dorados en todo el Pacífico Oriental, según cifras recolectadas por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).Irónicamente, estos reptiles son vitales para la vida del hombre, porque controlan la población de medusas o aguamalas, que perjudican la pesca artesanal e industrial.La contaminación del mar también las acaba, sobre todo cuando comen icopor, papel o bolsas que confunden con plancton o una medusa, y mueren en cuestión de horas."He revisado el intestino de las tortugas aquí en Chocó y he encontrado empaques de chicles y hasta papeles con mensajes en japonés, chino o tailandés", cuenta Diego Amorocho, director del Centro de Investigación para el Manejo Ambiental y el Desarrollo (Cimad). Esta entidad apoya el trabajo de los campesinos con personal de la organización Colombia en Hechos, la Fundación Natura y Conservación Internacional.Lo principal es que los centinelas y los habitantes de la costa preserven, y reemplacen la caza por actividades que generen ingresos, como el avistamiento de reptiles para el turismo, explica Nicolás Rueda, director de Colombia en Hechos.Van a ser las 4 a.m. y caminamos con Julián de regreso a su casa. Antes de llegar me lanza otra confesión. "Las tortugas tienen una fuerza impresionante. Uno las despresaba y el corazón les seguía latiendo durante más de 10 minutos". Entonces saca otra frase como para redimirse del todo: "ojalá yo tuviera esa misma fuerza para lograr que todas se murieran de viejas".
Por Javier Silva Herrera
Via Pezcalandia Apolinarioa
Urtubey Adyasena
Redaccion Bhaia Slano " Chocho"
Fuente El Tiempo de Comobia