Los límites de las edades en la Historia, concluida la Edad Moderna con la Primera Guerra Mundial son demasiado próximos.
Están sujetos a descubrimientos y acontecimientos tan sucesivos que abarcan lapsos por demás exiguos. Hay una Edad hasta el l de septiembre de l939. Otra, hasta los primeros bombardeos a ciudades abiertas. Otra, entre mezclada con las anteriores, con los campos de concentración y exterminio. Otra con Hiroshima y Nagasaki. Después, Corea,Viet Nam, el 11 de Septiembre.
Suma y Sigue…Prefiero hablar de antes del vértigo, las costumbres de la década del 30 aquí, en mi ciudad, en mi barrio. El diario por debajo de la puerta y el mate junto al estribo del tranvía.
Las primeras avenidas, el colectivo, los potreros… Algún domingo salíamos con el sol, junto con papá y lo tomábamos casi siempre un Chevrolet desvencijado que pasaba por avenida Chiclana (después Cruz) y luego los campos de Soldati, con la vía y allá lejos el paredón del Cementerio de Flores.
Todos los domingos
Nosotros bajábamos del colectivo y caminábamos mucho más allá de los potreros deportivos. Ibamos a cazar pájaros y llevábamos jaulas tramperas, redes, llamadores. No despreciábamos el futbol pero a papá y a nosotros dos nos atraía más el campo y la caza. Una salida formal, con escopeta y perro, era demasiado onerosa para repetirla muy seguido. Nos contentábamos con los mistos, los cabecitas negras los corbatitas y algún jilguero jaulero escapado de los arrabales y ansioso de montes de acacias, por que es ave muy arbórea.
Íbamos entonces con las jaulas y el canasto con la vianda, milanesas, tortilla, algún buen pan francés (se fabricarán hoy en alguna panadería olvidada). Todo ese programa atraía a algunos de los amigos del barrio que, por la bonhomía permanente de papá se nos acoplaban, cada tanto.
La caminata era prolongada. Ya cerca del lúgubre paredón funerario doblábamos hacia el sudoeste y nos internábamos en los pajonales. Más de una vez nos tropezamos con patos silvestres, alguna liebre y hasta una perdiz!!. Es que eso era una cuña de la pampa verdadera, que rebrillaba a lo lejos, detrás de las lomas de Villa Lugano, todo eso dentro de los límites de la Capital Federal…Así la excursión, no menos de dos por mes, constituía todo un acontecimiento y una exigencia paterna de buenas notas y conducta en la escuela..
Fueron nuestras primeras lecciones de estudio del terreno. El duraznillo marcaba la tierra húmeda, el charco; la paja seca era sinónimo de tierra alta, seca, refugio de cuises y lagartijas. Había una plantita de tronquito oscuro y hojitas verde claro. “esta es la altamiza, decía papá, cuando la hoja se seca cae la semilla y vienen las perdices a comerla, en el campo, claro, nos agregaba. No había muchos árboles, solamente algunos espinillos y talas. Lejos, en la Quinta del Molino, un grupo de eucaliptus señalaba la presencia de árboles foráneos. En esos sitios instalábamos el campamento para reponer energías. Mate y galleta..
Y enseguida, ocultos tras las matas, a otear el entorno. Los llamadores, en sus jaulitas se multiplicaban en gorjeos y chistidos. Nos íbamos acostumbrando a las diversas formas. Os que más me entusiasmaban eran los mistos y de ellos el que denominábamos “misto alita”. Este fringílido, como todos ellos, mezcla canto y desafío. El misto común se limita a un “tsibí-tsibí” ue repite constantemente, en pleno vuelo. El “alita” se alza, en cambio, en el aire y emite un chisporroteo que, demasiado ronco, no llega a ser un gorjeo como en especies más finas pero que igual nos resultaba un lujo en el canto. Era a esos ejemplares que dedicábamos la cacería. A veces caía alguno. Al resto de la caza la agrupábamos en una jaula chata y oscura.
En el hogar iban a una pajarera amplia donde pasaban una temporada de alboroto y abundancia de alpiste. Después de a uno los íbamos liberando.
En un solo vuelo regresaban a los potreros, a escasas 20 cuadras de nuestra terraza. Pero con los “alita” era distinto los preparábamos, les brindábamos un trato especial, Jaula y comedero propio, los mejores colgaderos en la terraza Allí el pájaro, muy pronto asimilaba el encierro y parado en el palito sostén batía las alas y lanzaba su desafío destemplado. Ya mayor, llegué a convivir con ellos hasta diez años consecutivos.
Hubo uno que vivía, prácticamente en mi pieza. En los madrugones de época de exámenes, apenas encendía la luz el lanzaba su llamado. Llegué a soltarlo, en la pieza, claro. Y el se entretenía en voidos cortos hasta regresar, por sí solo, a su hogar e alambre. Se llamaba Ventarrón.. Estoy seguro que distinguía mi voz. Y, disculpen la nostalgia (como a Cesar Vallejo) estoy seguro que correspondía mi cariño con el suyo, su manera.
Por último decidí en su favor. Una mañana de sol, en primavera, con las aves en celo, busqué el mejor de los potreros y allí lo dejé volar, en medio de sus enaguares chitiodos y “alitas”.
El mistoalita fue un recuerdo de campo afuera un bálsamo de aire libre. Finalizada la juventud y las tramperas quedó algún ejemplar bichoco al cual le dediqué mis cuidados mientras vivió. La ultima jaula aun la conservo vacía, limpia, cargada de recuerdos.
Resulta extraño, pero en mis actuales salidas apenas diviso una que otra escuálida bandada, y entre ellos nunca se destaca ningún “alita”.
Por Rodolfo Perri
Photo Word Press
Para Pezcalandia