Con mi amigo Luis Partuferi habíamos dispuesto salir de despedida de la temporada de pejerrey, pero por sucesivos imprevistos la salida se fue postergando al extremo de ingresar en plena época de transición sin haberla cumplido.
Por fin la última semana pudimos obtener toda una jornada libre y partimos en su rápida lanchita con la esperanza de alcanzar el borde de la depresión, o Playa Honda, última instancia para encontrar la “cola” de alguno de los últimos cardúmenes. Aproveché la oportunidad para probar un modelo reciente de reel, el Sumax que Jorgito de Pezcalandia, me había regalado días antes, bien cargado con monofilamento muy fino (me preocupo) autoflotante de Sumax.
La decepción nos esperaba al final del arroyo Surubí, cortada que siempre aprovechamos cuando salimos a río abierto. Allá, ya en el Palmas, advertimos que el “este suave” que prometían los pronósticos se había transformado en un “Allegro molto vivace” con los consiguientes “corderitos”.
Si allí adentro veíamos la espuma, calculamos insostenible dada nuestra borda bastante escasa, el permanecer en río abierto. Bastó una débil gareteada en la estaca número tres para renunciar y buscar algún abrigo.
Se nos ocurrió visitar los canales de las islas nutria y Lucha, lugar lo menos indicado en esta época para encontrar pejerreyes, pero que ofrecía largos tramos protegidos por la profusa presencia de sauce álamo y ceibo en los albardones de esas islas nuevas, en plena formación.
En el río las sorpresas se suceden hasta ser casi habituales, valga la contradicción. Apenas llegamos a un sector donde, de tres a cinco metros de profundidad se transforman en escasos 80 centímetros, lanzamos nuestras líneas de fondo con mojarritas enteras, más para dar lugar a nuestra tarea de revisar las valijas y rescatar algunas líneas de pesca variada. No hubo tiempo. Ambas cañas mostraron piques casi al mismo tiempo.
Clavamos y… cada una nos trajo un pejerrey!!. La lógica nos decía, y nos dice, que a mediados de septiembre las aguas interiores se vacían de flechas de plata para dar lugar a los voraces peces de verano. Todo fue al revés.
El pique, si bien bastante esporádico, nos disuadió de cambiar los aparejos y dedicamos toda la jornada a ese verdadero regalo inesperado de nuestro viejo y querido río. Con cuidado, con cariño, a manera de despedida del año, fuimos acomodando en la heladerita los ejemplares que mantuvieron su ataque a nuestras carnadas.
No superaban los 30 cm de longitud pero mostraban un nivel muy aceptable de corpulencia, índice innegable de una buena alimentación en los canales y arroyos, durante todo el invierno.
El sudeste, por la tarde, fue calmándose pero ni se nos ocurrió siquiera movernos un trecho, a pesar de haber comenzado la creciente, no muy rápida pero sostenida. Y fue en ese preciso momento en que se produjo “el regalo”. Una inclinación suave pero sostenida de mi caña de medio spinning señaló un pique más. Casi con displicencia deposité primero mi sabroso emparedado de pavita al tomate, fruto de la inquietud sibarita de mi amigo Luis, quien, además de capitán de la lancha era el jefe del bar a bordo, y efectué el usual golpe de caña para clavar. Lejos de la corrida típica del pejerrey mediano me respondió en el otro extremo a unos treinta metros de distancia, un borbollón impresionante. “Y bueh, llegaron los bagres”, aceptó filosóficamente mi compañero, no respondí.
Me había parecido distinguir un destello de plata pura en el centro del remolino. Inmediatamente se produjo una corrida que alcanzó para sacar varios metros de mi carrete, el cual no estaba demasiado ajustado. Entonces no dudé. -“Donde viste un bagre plateado?”, le dije ya en plena lucha.
Nuevamente el pez se acercó a la superficie y entonces vimos, con regocijo, la larga aleta dorsal y el gris azulado. “Qué matungo”!!, fue el doble grito… El resto corresponde a los grandes gustos que, periódicamente, puede darse un pescador ya veterano. Tenía dudas respecto al multifilamento, ya que lo mío siempre fue el monofilamentón, sin duda Jorge me cargo lo adecuado en el reel y muy buenas brazoladas.
La lucha se libró sobre el banco, si bien la lancha estaba fondeada en zona profunda, con más de tres metros bajo la quilla.
Dejé que se cansara sin alcanzar la línea de juncales del islote y el banco próximo y allí completé la memorable captura.
Cuando tenía al pejerrey junto a la borda recordé que no disponíamos de red de mano. El anzuelo se veía, a través de las abiertas fauces, bien clavado en el paladar del pez, pero no había garantía alguna si pretendía izarlo así nomás.
Por último y con la presa ya rendida me incliné sobre la borda y lo tomé por detrás de las aletas pectorales, con mi mano enguantada. Un segundo y adentro!.
Junto con la red faltó la balancita, que no utilicé hasta llegar a casa. Ya escamado y eviscerado acusó… 850 Grs.
Eso es la verdad más honesta posible en un pescador. Pero para mi memoria y para mis amigos fue el pejerrey de dos kilos en los bajos del temor.
Para Pezcalandia
Por Rodolfo A.Perri
Photo ilustrativa de archivo