Escenas de esfuerzo y desesperación se reflejaron en el Columbia Cruce de los Andes, que unió a la Argentina y Chile y que contó con más de 1500 participantes; el relato de una prueba al clima y la superación
"¡Izquierda!". La advertencia de paso la lanzó Antonio Silio. El código en la montaña indica que ese grito, siempre, significa paso. Claro, ¿qué hacían los corredores "comunes" cruzándose con el récord argentino de maratón? Es que Silio largó unos minutos después que la tropilla de elite y, por eso, sólo por eso, se dio el ocasional encuentro. Nunca más los aficionados verían a Silio sorteando las dificultades del terreno y los imprevistos del clima hasta encontrarlo en el campamento. Él, reconfortado, entero.
Los demás, experimentando en el cuerpo y el ánimo las consecuencias de cada etapa. "Apasionados" puede ser una de las palabras que defina a los participantes de semejante competencia. Fanáticos. O, simplemente, "locos". Los impactantes senderos de montaña permitieron descubrir variadas nacionalidades entre los 1560 inscriptos, récord de participantes. Hubo representantes de más de 20 países, como Sudáfrica, Kenia, Escocia, Taiwán, Austria y una importante legión brasileña, que llegó hasta el sur argentino y se hizo notar de principio a fin. El reloj marcaba las 8.57, del viernes 5 de febrero. El trayecto se abrió paso desde Lago Escondido hacia El Bolsón. Llegó la señal de partida para esta ya tradicional competencia que unió por novena vez a la Argentina y Chile, luego de tres días y casi 100 km que permitieron en algunos tramos, los menos, correr o trotar. Y en otros, subir y bajar decenas de veces los caprichosos senderos patagónicos que nunca dieron tregua para fatigar los cuerpos de los participantes, debiendo sortear enormes piedras, esquivar troncos, cruzar arroyos cristalinos con el agua hasta el pecho.
El contacto con la gente permitió descubrir decenas de historias, desde aquellos que no se han perdido ninguna de las ediciones anteriores, como Jaime Mante -con 68 años, uno de los más grandes- y, su pareja, Lily Haines, hasta los que se atrevieron a participar por primera vez y, días después de finalizar, todavía se plantean por qué lo hicieron. Jóvenes, adultos y mayores, hombres y mujeres, corredores de elite y amateurs se animaron a este desafío. Tal fue el caso de Claudia Baudonnet y Elizabet Solari, quienes siempre mostraron entusiasmo para enfrentar por primera vez este empinado reto. "Somos amigas, corremos en un running team y nos animamos porque tenemos muchas ganas de vivir esta experiencia, disfrutar todo. y obviamente, llegar", contaron. O el caso de Jesús Fernández Cao y Santiago Puentes Solari, que llegaron hasta el Sur, luego de entrenarse por más de ocho meses. "Vinimos con una planificación de nuestra entrenadora Laura Urteaga y no salimos nunca de la misma.
Fue fundamental entrenar juntos: ritmos de marcha, autoconocimiento y conocer al otro ayudó crear lazos y estrategias que nos aportó mucho en la carrera", explicaron. La carrera, también, reveló las reacciones humanas en su estado más puro. Estuvieron los solidarios que se detuvieron ante la caída de un desconocido, los que no dudaron en ofrecerle su última gota de agua al que ya no tenía, y también aquellos que se desentendieron de las normas y, por ejemplo, se despojaban de sus desechos (envoltorios de barras de cereal o botellas de agua mineral) a medida que avanzaban por el recorrido. Aunque siempre hubo participantes que no permitieron que esas transgresiones pasaran desapercibidas; entendiendo que en este tipo de competencias se trata de algo más que "deporte", se trata de la comunión con los otros competidores y con la naturaleza. No importó cuánto tardaba cada pareja de competidores. Los campamentos, al finalizar la primer y la segunda etapa, los reunió a todos, sin importar a qué grupo pertenecían. El ritual se repitió con casi 800 carpas, repartidas prolijamente sobre el verde cordillerano. Se comieron pastas, empanadas y un gran asado.
A las 22.30 del primer día, el silencio inmutable conmovió. Poco a poco, con el frío y la lluvia, intensa por momentos, las parejas se refugiaron en sus carpas buscando el calor que la Cordillera les negó en las tres jornadas, pero que compensó con lo paradisíaco de sus paisajes y el sosiego de su silencio.
Convenía reservar energías. Todas las que quedaran para el segundo día. Para los que hicieron el bautismo, la primera etapa fue durísima y los que saben por experiencia dijeron, en cambio, que fue la más sencilla. El sábado, todavía en suelo argentino, estaba previsto un ascenso de mil metros hasta alcanzar un pico cercano a los 1400 metros de altura, con grandes extensiones de vegetación virgen, un deleite para los corredores. Por los pasillos del campamento corrían rumores, empujados por el viento andino, que presagiaban que sería la más difícil y la realidad indicó que las versiones tenían razón.
La primera dificultad se encontró a pocos metros de la largada cuando se formó un "embudo" generado por una subida, que tenía una inclinación de casi 70°, y obligó a muchos corredores a detener allí su marcha durante varios minutos.
Por si fuera poco, la intensa lluvia había hecho de los senderos un circuito casi intransitable. Era una invitación a las lesiones. Así fue que las caídas se hicieron frecuentes y a medida que se subía en la empinada montaña, el cansancio y la falta de oxígeno eran moneda corriente. En algunos tramos, una comprometida cornisa aumentaba el peligro. Luego de llegar a los 1400 metros, las bajadas permitieron estirar un poco las piernas, pero restaban aún casi 12 km de caminos anegados, con algunas cuestas, hasta llegar al río Foyel, torrente pedregoso que hubo que atravesar con el agua hasta el pecho, para transitar los últimos 300 metros hasta cruzar la meta del segundo día. Sin duda, el más duro de la travesía, que se vio deslucida por la rotura de un puente, causada por las inclemencias climáticas, que impidió el traslado de los cointainers, dejando el campamento Nº 2 dividido en dos.
Por momentos, la situación se tornó desesperante para algunos competidores, que con justificada lucidez decidieron finalizar ahí la carrera. En tal sentido, la organización asumió sus responsabilidades e intentó evacuar a cuanto corredor deseó, con una mezcla de enojo, frustración y gran cuota de realismo, regresar a Bariloche.
La lluvia, que había sido la principal protagonista del sábado, disminuyó su intensidad en la mañana del domingo. Restaban casi 37 km, que en su mayoría fueron sin grandes desniveles, propicios para la carrera y para restar allí algunos minutos a las marcas generales. Sin embargo, algunos corrieron, otros trotaron y estuvieron los que sólo intentaron llegar. De las originales 780 duplas, 599 pisaron suelo chileno, tras atravesar el paso El Manso.
Un número considerable quedó en el camino. Algunos por lesión y otros por situaciones que los excedieron.
A estos, sólo les resta capitalizar la experiencia acumulada en los tramos recorridos y volver a intentarlo dentro de un año, cuando la Cordillera los esté esperando.
Por Damián Cáceres
Fuente y Photo Cancha Llena