En Pezcalandia compartimos la descripción de ésta increíble
pirámide de cristal, pico majestuoso y despiadado, la más cruel de las
montañas, un colmillo de hielo emergiendo del caos geológico.
Todas las grandes cumbres tienen su dosis de épica,
sobre todo cuando sobrepasan los 8.000 metros de altura, pero si hay que hacer
caso a las descripciones que de ellas hacen quienes las ascienden, el K2 se
merece con creces el título de montaña de las montañas. «No es la más alta pero
sí la más emblemática por las dificultades que entraña su ascenso», observa el
montañero Juanjo Sebastián, miembro fundacional del equipo de
‘Al filo de lo Imposible’ y responsable de cuatro expediciones a la cumbre.
Con sus 8.611 metros, el K2 es la segunda elevación
del planeta. Es 237 metros más baja que el Everest, pero sus paredes están más
desprotegidas y son también más escarpadas. Mientras que a la cumbre más alta
del mundo se llega caminando, el ataque final al K2 es más técnico y tiene
tramos de escalada. «Es la montaña de las montañas», escribe en su blog Edurne
Pasaban, que perdió dos dedos de los pies por congelación cuando la escaló en
2004. «En lo personal –añade– es el ochomil más difícil de los catorce, fue la
primera vez que temí de verdad por mi vida. Marcó un antes y un después y me
llevó a dudar de seguir en el alpinismo».
Se entiende así que el K2, el techo de la
majestuosa cordillera del Karakorum paquistaní, sea una cumbre menos hollada
que el Everest. Frente a las más de 4.000 personas que han hecho cima en el
gigante nepalí, los montañeros que han completado la ascensión al K2 no pasan
de 350. Sin olvidar que la proporción de caídos en el intento, 84 víctimas
mortales en total, es muy superior tanto a la del Everest como a la del resto
de los ochomiles, exceptuando el Annapurna y el Nanga Parbat.
La masificación del Everest ha llevado a los
responsables de las agencias a explorar alternativas para satisfacer la demanda
del cada vez mayor número de aspirantes a adornar su currículo con la ‘muesca’
de un ochomil. El K2 se erige en una de las opciones más interesantes, no solo
porque es la segunda altura del planeta, sino porque conserva íntegra el aura
de desafío y aventura que hace tiempo perdió el Everest. En otras palabras, es
una montaña más ‘auténtica’ que la mayor de las cumbres, atrapada en una
espiral comercial que traiciona los valores del alpinismo primitivo.
Fuente Ideal