miércoles, 28 de octubre de 2015

Pejerrey Club


Desde Pezcalandia difundimos a nuestra comunidad, éste gran lugar de pesca, el Pejerrey Club, en Quilmes, que sugiere un paseo familiar, dedicado a la recreación.
El peso de la historia del lugar, sostenido con mano firme por un puñado de perseverantes vecinos desde hace más de un siglo, parece jugar a favor de los pescadores del Pejerrey Club.
El viento sur arrecia sobre la costa de Quilmes y en el río revuelto los peces plateados se resisten a dejarse caer en la trampa de las carnadas. Así y todo, las cañas clavadas como estacas en los bordes del Morro –el extremo del muelle de 700 metros de largo– empiezan a sacudirse y el pique se torna sostenido.

Desde los baldes salpica el agua que traen los pejerreyes de más de 20 centímetros de largo y los matungos de porte respetable capturados. Pero, por el momento, sólo el nutrido elenco de acompañantes se larga a festejar la buena racha. Los gritos de alegría provienen de esposas, hijos y amigos que sostienen mates, termos y galletas y sólo se aquietan para reponer los señuelos de mojarra y carnada blanca. Los pescadores, en cambio, no adhieren a los festejos. Por ahora siguen concentrados en lo suyo, con la vista fijada en el agua marrón.
Para los más afortunados, la paciente espera desde la madrugada hasta las vísperas del mediodía también es retribuida con algún dorado de 5 kilos, una boga y hasta un esquivo ejemplar de carpa de más de 10 kilos.
“Es la época del pejerrey de fondo, aunque con dos anzuelos y plomada también se consigue dorado, patí, armado y bagre amarillo y blanco”, ilustra la voz más autorizada del Pejerrey Club. Ernesto Villa suma medio siglo de socio y siete décadas dedicadas a la pesca en ríos y lagunas. A los 83 años de edad, su contagioso entusiasmo es un aliciente indispensable para decenas de pescadores más jóvenes, habituados a saludar a su experimentado colega de Wilde como a una deidad que decide su suerte.
Una pieza histórica
Más cerca de la orilla, sobre la rambla flotante inaugurada en 1911 con el pretencioso nombre Balneario de Quilmes, los embates del viento amagan con arrasar la más vistosa de las construcciones instaladas sobre pilotes. El histórico inmueble dejó de ser una preciada pieza despojada de todos sus brillos y encaminada al desguace. Un providencial golpe de timón cambió el ánimo de los socios y devolvió el optimismo a Néstor Sotelo –presidente de la institución– y Carlos Aguilar, el secretario general.
En julio de 2014, más de una centuria después de haber sido adquirido por la familia Fiorito en el predio de Palermo de la Sociedad Rural –donde formó parte del pabellón del Reino de Italia, en la Feria del Centenario de la República–, el edificio de paredes rosadas y amarillas y techo de tejuelas verdes fue distinguido como “Bien de interés cultural, histórico y artístico” por el Poder Ejecutivo Nacional.
El próximo paso se vislumbra aun más arduo. La Comisión Directiva se propone volver a poner en valor esta reliquia, visiblemente deteriorada por las crecidas, el paso del tiempo y el descuido de las autoridades. “El edificio principal, las pérgolas y las dos piletas –con aguas saladas y dulces y 400 vestuarios individuales– son nuestras joyas más delicadas”, deja en claro Arturo Ismay, orgulloso socio y colaborador voluntario del club.
La vocación de servicio que Ismay ejerce a toda hora lo lleva a abandonar la larga sobremesa de un almuerzo que arrancó con generosas porciones de strogonoff, milanesa y rabas y se alarga en una charla a puro café. Es un reflejo de la atmósfera familiar que irradia el bar La Tana, una cálida cantina de madera construida cerca de la entrada del Pejerrey Club.
Desfile de pescadores
Durante la tarde, fresca y soleada, no disminuye el tránsito de gente que porta sus equipos de pesca en dirección al muelle. Hacia el sur, por detrás de la cañería interrumpida de un desmantelado puerto de buques areneros, se recorta el horizonte de la costa bonaerense, estirada como un brazo protector hasta Punta Lara. Del lado opuesto, la bruma deja a salvo la vista nítida de los veleros del Club Náutico y la solitaria figura de la planta purificadora de agua de Bernal, sobrevolada por parapentes de colores chillones. Más atrás, los edificios de la ciudad de Buenos Aires son apenas siluetas borrosas.
A pasos de la avenida Costanera, el parque abrigado por un espeso manto de palmeras, sauces llorones, palos borrachos, pinos y magnolias es el sitio más adecuado que encuentran los anfitriones para dejar que la nostalgia fluya sin obstáculos. “En 1938, cuando se fundó la institución, la orquesta de jazz Los Universitarios grabó en un disco el ‘Himno del Pejerrey Club’, escrito por Angel Fernández”, aporta Néstor Sotelo, a punto de ser interrumpido por la desbordante emoción que denota Arturo Ismay: “Durante muchos años tuvimos el honor de contar con los servicios del ‘Gordo’ Fridman como guardavida. Era un tipo muy querido por todos, un humilde operario de la Cervecería Quilmes que Martín Karadagian incorporó a su troupe de luchadores como El Campeón Alemán”.
En la sede, diez fascículos encuadernados de la historia del club –la paciente obra que decidió emprender Carlos Aguilar– y vidrieras repletas de trofeos de torneos de pesca, medallas, condecoraciones y fotos en blanco y negro agitan un pasado de gloria, el momento de esplendor que, de a poco, parece encaminado a reeditarse, empujado por el viento a favor.

Fuente Clarin