La conservación es relativamente un concepto muy nuevo. En los 1,8 millones de años de la historia de la humanidad, no existió mucha preocupación por las especies desaparecidas. Sin embargo, esto cambio durante el último siglo.
En las décadas de 1970 y 1980, existió un esfuerzo económico y humano para salvar a las especies y ecosistemas que se encontraban en peligro. El problema era que nadie sabía cómo salvar a una especie determinada. El dinero fue desperdiciado en estrategias de conservación no efectivas y, aún así, las especies seguían en peligro.
Hoy en día, existe un nuevo enfoque en el mundo de la conservación, que tiene en cuenta no solamente a las especies en sí mismas, sino también a los lugareños de quienes depende su supervivencia.
Tradicionalmente, la estrategia de conservar a una especie consistía en vallar su hábitat, manteniendo a las poblaciones locales alejadas. Los propios lugareños, sin embargo, eran quienes colocaban las trampas, talaban los bosques y cazaban a los animales para su sustento. La mejor forma de proteger a una especie consistió entonces en mantenerla aislada sin vallas, patrullando las fronteras con hombres armados.
Después de las últimas décadas, esta solución tampoco resultó efectiva. En su lugar, se crearon poblaciones de animales insulares sin diversidad genética, que lentamente morían de todas maneras. Esto además creaba relaciones tensas con los lugareños, que eran alejados de una tierra que consideraban propiedad comunitaria.
Este ha sido el caso de los guerreros Massai de Kenya, que creían que estaban en su derecho de matar a los elefantes y a los leones si éstos atacaban a su ganado. También en el Ártico, son cazados 700 osos polares al año por los nativos de Alaska que dependen de la piel y la caza de estos animales. En algunos casos, la caza de la fauna silvestre es considerada una parte fundamental del patrimonio cultural de una tribu.
El nuevo enfoque conservacionista propone que la gente que vive con y alrededor de la vida silvestre, se beneficie con la supervivencia de la fauna. Muchas organizaciones de conservación como el Instituto de Jane Goodall y la Fundación World Wildlife, se dio cuenta de que la gente feliz y saludable, aumentaba la posibilidad de salvar a los animales. A pesar de dirigir todos sus fondos y esfuerzos únicamente hacia los animales, estas organizaciones están trabajando con los lugareños para mejorar la educación, construir instalaciones comunitarias, y permitirles beneficiarse con la seguridad de las especies, vendiendo artesanías a los turistas o consiguiendo empleos como eco-guardias.
Si los lugareños se benefician con la supervivencia de su especie autóctona, participarán más activamente en su protección. La lección más importante que hemos aprendido en los últimos años, es que la conservación no está relacionada sólo con los animales; sino también con las personas que los rodean.