
Un acceso tardío a los alimentos es inversamente proporcional a la pérdida de calidad de los mismos. Es decir, cuanto más tardemos en comer vegetales cultivados, frutas recolectadas o animales criados o cazados, más propiedades nutritivas habrán perdido, y más cualidades perjudiciales pueden haber ganado.
La razón para que esto ocurra así se basa en dos aspectos: la pérdida de frescura propia de todo alimento a medida que pasa el tiempo, y el agregado de conservantes para impedirlo que muchas veces, en determinadas concentraciones o combinaciones son perjudiciales para la salud.
Pongamos un ejemplo claro. Está demostrado que las vitaminas (nutrientes necesarios que debemos ingerir todos los días, ya que normalmente el cuerpo no las genera), que están presentes en las hortalizas y frutas, se van perdiendo a medida que pasa el tiempo desde que estas son cultivadas y recolectadas. Esto no sólo a que cuando uno va a beber un jugo o zumo lo tiene que hacer rápido, porque sino este se va oxidando y perdiendo dichas vitaminas; sino a que desde que las frutas se cortan de la árbol, y las hortalizas se recolectan o se cultivan, van perdiendo propiedades. Las papas o patatas, por ejemplo, suelen haber perdido la mitad o más de las vitaminas que contienen cuando llegan al plato de los consumidores.
Y estamos hablando de los vegetales considerados "frescos" y crudos, pero a esto hay que sumarle las vitaminas que pierden cuando se los cocina, ya sea en casa o en una fábrica para crear alimentos precocinados o congelados.
Esta pérdida de vitaminas puede aumentar todavía más si consideramos que muchos alimentos vegetales no llegan en días o semanas a nuestras mesas, sino que se guardan en cámaras frigoríficas durante meses o años para paliar la demanda en los meses que no son "de temporada".
El resultado es que, incluso teniendo una vida relativamente privilegiada en una ciudad del mundo occidental, la comida que se puede comprar es muy inferior a la que llevaban a su plato nuestros antepasados campesinos, por mucho que la publicidad se esfuerce en demostrar lo provechosos que son sus productos alimenticios.
Desde siempre, lo que no se ve, no se puede controlar. Eso pasa cuando la producción de alimentos no está a la vista del ciudadano, como pasaba antaño. Ahora, la lejanía es una tentación para empresas y gobiernos que quieren abaratar costos a toda costa, incluso por sobre la salud del ciudadano.
Vemos así como se cultiva usando pesticidas, plaguicidas, fertilizantes y todo tipo de químicos para aumentar la producción, evitar plagas o multiplicar el tamaño de frutas, verduras y hortalizas. Estos químicos que se agregan y los metales pesados arrastrados por aguas con las que se riegan muchos campos (ver aquí al respecto) son después ingeridos por humanos y animales, y causan a corto o largo plazo efectos en el organismo, o vuelven a entrar en el ciclo alimenticio.
A esto hay que sumar el uso de transgénicos, cada vez más extendidos aunque son potencialmente perjudiciales para la salud, y probadamente perjudiciales para el medio ambiente y la biodiversidad.
Vemos también como se trata al ganado que luego será la carne en nuestras mesas con medicamentos para evitarles enfermedades (medicamentos que luego comemos) o se los ceba con alimentos creados artificialmente, alimentos muchos veces que contienen subproductos o desechos de otras actividades alimentarias y buscan el engorde rápido en espacios ridículamente reducidos, y que son cualquier cosa menos lo que naturalmente comen vacas, cerdos, pavos, pollos, corderos, etc. Los animales ya no se mueven, porque están generalmente confinados en jaulas, en "granjas-fábricas" donde ya no viven para terminar siendo sacrificados para el consumo, sino que son sacrificados o torturados en vida con el único objetivo de ser consumidos. Eso no sólo moralmente reprobable por cómo se trata a los animales, sino porque estas prácticas hacen que la carne que luego se come será de pésima calidad al haber vivido estos animales confinados, drogados y alimentados a base de basura.
Por último, vemos como la sobre explotación pesquera de los mares obliga a criar con acuicultura o acuacultura peces en "cautiverio" alimentados de forma artificial, con alimentos artificiales que potencian el engorde y la coloración de los mismos con productos químicos.
Fuente Federico Ferrando
