lunes, 1 de octubre de 2007

Cacería en San Eduardo

Dormí inquieto. Antes que Gonzalo viniera a despertarme y compartir el desayuno yo ya estaba listo. La noche anterior, en una extensa sobremesa, analizamos con él y Ernesto la posibilidad de encontrar una cabeza importante. Hacía tres días que llovía copiosamente y estaba ansioso por salir al campo. Ansioso y nervioso. Luego de un breve viaje de diez kilómetros dejamos a Gonzalo y su confortable camioneta y comenzamos con Julio, mi guía, a caminar bajo una persistente llovizna. Al promediar el cruce de un espeso fachinal escuchamos un potente bramido, entrecortado a veces.
Luego de media hora de una extenuante caminata, y tras la rotura de mi pantalón de agua, nos sorprendió un ruido cercano de ramas rotas. Levanté la vista y, entre la espesura, divisé una enorme cabeza que se movía con aire fantasmal. Nos detuvimos. Julio me miró, yo no sabía cómo explicarle que el ruido de mi pantalón al romperse había sido involuntario. Seguimos caminando para salir a un terreno más limpio. No habíamos hecho más de doscientos metros cuando, ante una suave loma, Julio se detiene, escucha y se adelanta solo. Yo espero unos metros detrás. De pronto se da vuelta hacia mí y con su mirada comprendo lo que había visto. Adrenalina pura. Mientras mis ojos buscaban un lugar donde apoyar el rifle, él me ofreció su hombro izquierdo. No esperé más, cargar el rifle y caminar hacia él fue un sólo movimiento. Apoyé mi rifle en su hombro y miré detenidamente a través de la mira. A noventa metros detrás de un caldén, el ciervo. Las hembras, atentas a nuestra izquierda, tosieron y el ciervo saltó al unísono hacia ellas. Lo que veía era su cuello y no dudé. Tiré del gatillo y el animal cayó. Al tiempo que corría hacia el lugar cargué nuevamente. A cuarenta metros me detuve y pude ver, a pesar de los arbustos, la espectacular cabeza.
Embriagados por la emoción, nos confundimos con Julio en un gran abrazo. Fue necesario sentarnos para tranquilizarnos y rememorar el momento vivido.Al llegar al casco de la estancia cada gesto era expresión de alegría compartida. Un sueño se había cumplido, sueño que hubiera sido imposible sin la organización, disposición, profesionalidad y pasión que Jorge Nova y su gente ponen a nuestro servicio para una aventura memorable.
Los protagonistas nombrados en esta reseña son Gonzalo Díaz ,Beruti, Ernesto Andreotti y Julio Albornoz.
Todo el staff de Pezcalandia, y la sección Entérate de su site agradece a Luis el contenido del presente relato. Fuente Sr. Luis Erguí Medalla de Oro 2001