
Un caso patético es la tala de bosques y la destrucción de reservas acuíferas, muy especialmente en el continente americano. Se aduce la necesidad de crear alimentos o facilitar nuevas áreas domiciliarias. No es así. Prima siempre la avidez monetaria, el ansia irrefrenable de enriquecerse en forma fabulosa, en muy poco tiempo y sin mayor esfuerzo. Junto con esa irracional tendencia ha surgido la idea del conservacionismo, que se antepone y tiene, por fortuna, muchos adeptos.
Ante esa antinomia, la posición de los cazadores y pescadores se ve condicionada por principios que apoyen al mantenimiento del ambiente natural y reduzcan en lo posible el desequilibrio empresario. Vale señalar algunas normas para iniciar, al niño o al adolescente, en esa sana disciplina de respeto por la naturaleza, pero, al mismo tiempo, de aprovechamiento, espiritual, si se quiere, con las actividad destinadas a la captura de seres vivos que integran el mundo silvestre.
La caza
Se nos ocurre la más difícil. Cómo educar al recién iniciado en una actividad que, por definición, significa indefectiblemente la muerte de un ser vivo, en esencia. Ocurre que la caza es una herencia atávica, es decir, está en todos los humanos, aun cuando en muchos casos haya sido disminuida y acaso eliminada por principios éticos o religiosos adquiridos por el novato ya desde el seno materno. Un sistema que nos parece lógico y ha sido adoptado principalmente en Europa es exponer al niño ante una tabla de valores de los seres vivos que lo rodeen. En nuestro caso, desde los primeros ensayos cinegéticos se me indicó que hay una serie de aves y mamíferos cuya casi exclusiva alimentación se basa en la ingestión de otros seres vivos.
El hombre aparece (o debe aparecer) como uno de los pocos elementos equilibrantes entre el perseguidor y su alimento-victima. Cuando el padre sale a cazar con su vástago y este demuestra una especial atracción por esa actividad, deberá inculcarle la costumbre de ejercitarse sobre blancos móviles que sean además reconocidos depredadores de la fauna circundante. En mi caso siempre recordaré que mi padre me señalaba que las urracas, los benteveos, los chimangos y los caranchos integran una tetralogía fatal para infinidad de aves y pequeños mamíferos de los cuales se alimentan. Disparar sobre ellos es casi emplearse como uno de los elementos que regulan las cantidades de individuos de esas especies. Claro que, al mismo tiempo, siempre me indicó que bien pueden abatirse algunos ejemplares, pero no establecerlo como costumbre y mucho menor ejercitarse intensivamente. También se me instruyó sobre un principio de moderación que se podría sintetizar con la idea del equilibrio natural. Así como hay aves que devoran mucho grano, existen otras que las devoran a esas mismas aves y evitan así la difusión de la especie y la disminución de la cosecha.
Otro principio básico, que aun hoy aplico, es la posibilidad de ingresaren el concierto de especies comedoras y otras alimentadoras. Entre las primeras estamos incluidos. Por lo tanto debemos aceptar la pasión vejatoria pero al mismo tiempo establecer un número prudente y razonable en cada cacería, sea cual fuere el número de ejemplares existentes de la especie buscada.
Para seguir con la iniciación, el principiante deberá disponer de un arma eficaz. No se trata, por supuesto, de dotarlo de una escopeta o un rifle de primera marca y potencia poco común. Todos recordamos la honda (llamada también gomera). En un reciente recuento hecho con Jorge Vicente y en base a las existencias de modelos en una armería lo incluimos como primer elemento en manos de un futuro cazador. El segundo, lógicamente, será un rifle de aire comprimido. Con ambos se podrá iniciar la educación del vástago y obtener, previo a todo, la costumbre de calificar y seleccionar los blancos vivos hasta llegar al uso de las armas largas de tiro en movimientos, ciencia y coronación del equipo del cazador.
Todas las alternativas de la caza pueden señalarse desde esas primeras comprobaciones. Fundamentalmente, no se lo debe dejar librado a su improvisación y, por lo tanto, deberá ser acompañado por un mayor, es indispensable.
El segundo paso es acostumbrarlo al aprovechamiento, por acción del propio cazador, de la carne así obtenida. Estaremos aún lejos de la valorización de la captura por la posesión de un trofeo, causa general y común de la llamada caza mayor. Pero iniciaremos al párvulo en el empleo de esa carne en el alimento cotidiano, por entonces ya capaz de distinguir las distintas especies. Las tareas como desplume y evisceración integraran parte de la salida y deben transformarse en habituales a poco de iniciar al novicio en el manejo de las armas de fuego. El resto lo hará el intercambio de opiniones y experiencias entre los cazadores de igual edad.
Sabido es que en la caza no hay recuperación, como en la pesca, condición que analizaremos en otra entrega. Corresponde entonces referirse siempre a las cantidades establecidas como tope para cada salida y a un sentimiento muy individual de moderación y respeto al medio ambiente. Todo exceso deberá ser considerado casi un delito (en realidad es un delito contra la Naturaleza) y un aporte al desequilibrio ambiental. Por otra parte debe influirse en la mente joven para que no acepte la permanente humanización de las bestias.
Sin ningún ánimo justificativo, pero sí con intención simplemente realista, debemos inculcar la máxima modelo para presentar la realidad de la relación entre los seres vivos: “No es que haya ciervos buenos y lobos malos, hay lobos, lobos, y ciervos, ciervos”, es decir, cada uno actúa, vive y muere de acuerdo con principios de equilibrio preestablecidos. Así funciona la naturaleza.
Por Rodolfo Agustín Perri
Staff Pezcalandia