Hay preguntas cuya respuesta sabe, antes de iniciarla, a nota informativa. Tal el caso de la que me hizo Vicente, mi interlocutor de Pezcalandia, a fines de esta temporada. “Y con el perro, qué hacemos en estos nueve meses?”
“Son sus vacaciones”, es la respuesta que se me ocurrió inmediatamente. Pero al mismo tiempo pensé, son demasiado extensas como vacaciones y, además, pueden transformarse en una ausencia prolongada del amo, en una falta de contacto que en nuestro amigo leal puede transformarse en olvido de algunas normas de conducta que él (y nosotros) debemos tener siempre presentes. Y se me ocurrieron algunos consejos, u observaciones, muchas de ellas recibidas de mis maestros, otras, por tradición familiar o por lecturas de los especialistas y algunas, por qué no?, fruto de experiencias personales.
Para comenzar, el cazador es, tradicionalmente, parte de un binomio que integra clon su perro. La idea de la caza al vuelo, en “guerra galana”, como dicen en Castilla, lleva adosada siempre a la figura del cazador, la de su perro. Es que no se entiende de otra forma la búsqueda de un ave que llega a estar a nuestros pies, agazapada, sin que la lleguemos a distinguir. Es cuando uno advierte la fabulosa capacidad olfativa del can, que se orienta, en las razas de caza, hacia las emanaciones que las presas dejan siempre en el entorno, sea pajonal, pasto o simplemente rocas.
Tal es la fórmula infalible, la trilogía bendita: perdiz, perro, cazador. Aceptada esta relación, se nos ofrecerá inmediatamente la norma que nos guía, el perro nunca debe extrañar al amo. En mi, larga ya, trayectoria junto a esos maravillosos seres siempre dispuse de tiempo para compartir, aún en la época de más intensa canícula, esos días de sopor y humedad, en enero, en los que sólo se piensa en baños prolongados en las aguas frescas. Pues bien, en esos días pude y cumplí con la relación diaria, con la caricia o siquiera la palabra amable, de saludo. Algunos dicen que los perros entienden lo que le decimos, pero, por supuesto, no pueden contestarnos sino con ladridos suaves, gruñidos o gañidos (algo como queja o reclamo, muy común en algunas razas de caza). Esto, en la mayoría de los casos, acompañado con la salida, el pequeño paseo, tanto sea por las veredas superpobladas de la ciudad, por el parque próximo o, por fin!, por los potreros de alguna visita a la zona rural, sin excluir al viaje previsto a las playas o a las sierras, del cual siempre toma parte nuestro auxiliar preferido.
La larga espera hasta el lejano mayo sirve también para mantener activa la permanente enseñanza del amo al perro en cuanto a las maniobras ineludibles de la cacería. El mantenimiento de la distancia, por ejemplo, es una tarea que bien puede llevarnos varias jornadas y que serán de suma utilidad para ambos. Se trata simplemente de acostumbrar al perro a mantenerse a una distancia ideal, digamos, a no más de 100 metros del amo, y esto en los límites extraordinarios. Lo ideal es que los arcos o “lacets” que realiza nuestro perro contra el viento no midan más de 50 metros. Como sabemos, esa distancia es elástica y será mayor en los campos con escasa población de perdices. En nuestros paseos, en cambio, la implantaremos como norma y así, cuando el perro se nos aleje más de 50 metros deberá partir la orden, o el silbato. Insisto en que es esencial y que, por lo tanto, no se deberá mezquinar el tiempo de adiestramiento e incluso llegar al collar eléctrico, maniobra un tanto cruel, pero muy efectiva y que no deja traumas en la mayoría de los animales salvo raras excepciones. Todas estas prácticas, debemos señalarlo muy especialmente, deberán ser cumplidas como parte de la salida veraniega y así, el perro incorporará a la idea del paseo, la de un ejercicio muy parecido al que desarrolla en las cacerías, pero mucho menos fatigoso.
La edad y el físico
Estas apreciaciones se refieren muy especialmente al respeto por las limitaciones del perro según su edad, en el tiempo de la veda. El cachorro deberá quemar energías y para eso vale mucho la visita a terrenos limpios, y muy especialmente a pistas de gimnasia cuando el horario y el día lo permitan, para conseguir un buen ejercicio a la carrera, gran formador de buena musculatura. En el perro mayor, en cambio, se tratará simplemente de mantenerlo en forma, y evitar que acumule grasas durante el tiempo de los descansos obligados, por la temperatura y, la inactividad cinegética. En este caso no debemos olvidar el compromiso conservacionista, referido a la época en que se desarrolla toda la intensa labor genética de las aves silvestres. Muchos desdeñan la preocupación por un desarrollo normal de esa etapa y sin embargo es una ley inmutable aquello de “campo quieto y nidos llenos”. Desgraciadamente esto no rige para el agricultor, quien únicamente contempla el buen resultado de la siembra y la cosecha y nada le interesa el daño que puede hacerse a una especie al destruir la totalidad de la zona de recría. Tampoco se tiene en cuenta para nada la fabricación de los consabidos rollos de pasto, cuyo corte es veraniego y para colmo nocturno muchas veces, lo cual significa la destrucción de nido, madre y huevos o pichones recién nacidos. Consignamos estas advertencias si ningún ánimo de polémica. Sabemos de los intereses en juego y respetamos el valor económico social de esas explotaciones. Nos limitamos a señalar el hecho y, eso sí, el derecho que nos asiste a los conservacionistas cazadores a que se busquen siempre fórmulas lo menos dañinas posibles del medio ambiente.
Por nuestra parte contribuimos con evitar toda recorrida del campo con los perros en los meses clave, como octubre a marzo, ya que está comprobado que en la mayoría de los casos la perdiz que está anidada y es levantada por el perro no regresa al nido y así se pierden no menos de siete pichones por nido. Mientras tanto nos quedan las variantes, no tan aprovechadas en nuestro medio, que nos permitirán darle el gusto al gatillo y al mismo tiempo para practicar tiro, además de mantener en forma al perro que se utilice (en la mayoría de los casos) como retriever además de perro de muestra.
En primer término, la paloma silvestre, permanente dolor de cabeza de los chacareros, junto con la cotorra. La fórmula es sencilla, visitar campos con siembras importantes, poco antes de la sazón del grano, que es cuando llegan las bandadas de palomas, instalarse en los bordes de los bosques y esperar la salida o llegada de las bandadas. Nuestro perro podrá ignorar al principio esa cacería pero, a poco de ver caer cerca a las presas heridas, por instinto, acudirá y terminará por aportarlas con gran entusiasmo hasta la mano del amo. Esto puede aplicarse también con las cotorras, circunstancia en que será muy interesante contemplar la forma en que el perro evita el pico de la cotorra cuando esta se encuentra herida.
En síntesis, nuestras salidas de largo alcance, los fines de semana, por ejemplo, pueden ser utilizadas como saludable ejercicio y justo premio a nuestro ayudante principal. Además justificarán la comida diaria del can y le limitarán el engorde superfluo, que constituye siempre una de las causas de acortamiento de la de por si demasiado breve vida útil de nuestro inseparable amigo. La charla no estaría completa si no nos refiriésemos a una posibilidad bastante común en nuestro tiempo de hogares reducidos y escaso espacio para el perro. Muchas veces se decide dejar al can en manos de un cuidador, casi siempre criador y adiestrador. En ese caso deberá elegirse muy bien al encargado del perro y conocer el hábitat que este ocupara. Personalmente siempre preferí conseguir a un amigo o pariente para que se hiciera cargo de mi compañero los 15 o 20 días de mi ausencia. Pero se trata de una solución no segura y, para cuando se hace imprescindible dejarlo, vale la pena asegurarse que en esos días no sufrirá nuestro fiel compañero. Lo más importante es que el perro no quede suelto y no conviva con gran cantidad de congéneres. Lo mismo ocurre cuando se lo lleva al campo y se lo deja una temporada. Si no es adulto, el perro joven adquirirá todas las mañas y defectos posibles y en la temporada siguiente serán más las dificultades que las ventajas. Uno de los peores vicios es el de salir a cazar solo. El afán venatorio, que vive en el perro de caza desde su nacimiento, puede manifestarse en forma individual y, sin el freno del amo, desarrollar en el perro la capacidad de capturar la presa por sí solo. Eso ocurre cuando el perro se hace independiente, durante una estadía prolongada en pleno campo. Atiéndase bien, si eso ocurre será muy difícil corregirlo y, por lo general, perderemos a un buen auxiliar de cacerías.
Por Rodolfo Perri Para Pezcalandia Bs As - Argentina