viernes, 15 de agosto de 2008

No es una temporada mas

Fugaces como el tiempo que los contiene, los tres meses de cacería en Buenos Aires pasaron vertiginosamente. Tuvimos suerte, hubo más días propicios que negativos, la temperatura fue bastante amable y las lluvias, sin ser escasas, se produjeron en forma tal que permitieron las salidas aún por caminos de tierra e incluso facilitaron la recorrida de potreros muy extensos, mediante, por supuesto, el uso de la doble tracción, que facilitó así la visita de centros de agrupación de la caza, en zonas no destinadas (muy pocas) a la agricultura intensiva. En suma, los cazadores (sigue en disminución su número), no tropezaron con mayores obstáculos meteorológicos para cumplir con su pasión, congénita muchas veces, adquirida otras, que todos los años debe aguantar una espera de nueve meses (toda una gestación) para poder repetirse.
El tiempo ayudó. Y la función oficial?. Bien, gracias. Salvo algunas raras excepciones, que comprobamos en nuestras permanentes salidas en busca de información y, por qué no?, de perdices y liebres, y algunos patos también, la presencia oficial en los campos bonaerenses se hizo notar por su ausencia. Sabemos y en dos casos lo comprobamos, que la policía estuvo presente cuando se requirió su accionar, casi siempre por invasión de campos. Pero también sabemos que otras tantas brilló por su ausencia y que la mayoría de esas oportunidades la demora o simplemente la falta se atribuyó a dos causas paralelas, falta de medios de transporte o falta de personal. Ambas falencias corresponden también a una posición casi irreductible de dueños o encargados de campos, que rechazan los pedidos de permiso “para hacer unos tiritos”. Y aquí entramos en el eje de la cuestión permisos.
Los propietarios se curan en salud. Están hartos de soportar la presencia de grupos de más de tres tiradores, con sus perros y bagajes, que se adueñan del campo por todo el día y no vacilan en recorrer a su gusto el predio sin atender a razones lógicas como evitar los cuadros con ganado, de todo tipo pero muy especialmente ovino (en parición o cría invernal) o bovino (obligan a caminar a la hacienda, y por ende, pierden tiempo de alimentación). Estas apreciaciones valen en todo comentario porque, por fortuna, en nuestro país aún se dispone de extensiones considerables en las cuales la fauna autóctona o importada de especies de caza se desarrolla sin mayores tropiezos y por sí sola puede soportar su utilización deportiva dentro, por supuesto, de cantidades y actividad cinegética controlada y, muy especialmente, reducida a cantidades de piezas cobrables, todo dentro de un uso racional del recurso. Y es aquí donde comienzan los tropiezos. Año tras año hemos concurrido a reparticiones afines con nuestro deporte mucho antes de iniciarse la temporada. En todos los casos la atención al periodismo es muy correcta y los temas se tratan a fondo. Se habla de estadísticas, cifras que señalan la actitud oficial para determinada temporada y especie. En fin, las previsiones son muchas y muy positivas. Después… bueno, simplemente no hay después.
Los datos terminan con la temporada. No hay información sobre infracciones y no se advierte la adopción de sistemas que favorezcan a usuarios y propietarios. Ni siquiera se informa sobre la actividad en los cotos privados, cuya proliferación había sido constante en años anteriores y que ahora se encuentra evidentemente paralizada. La consecuencia de esa inactividad se traduce en una suerte de olvido de las reglamentaciones por parte de buen número de aficionados. Son los que sostienen que entre las disposiciones profusas y confusas sobre tenencia y uso de armas deportivas , permisos y certificados tanto para armas y municiones como para la realización de cada salida , más la sempitarna negativa de permiso por parte de los propietarios y encargados, se opta por salir una o dos veces para despuntar el vicio y sin atender a ninguna de las obligaciones. Error, error propio y ajeno. Propio porque todo deportista debe comenzar por respetar las leyes para después respetarse a sí mismo. Ajeno porque el Estado debe atender los intereses de los dos sectores: uno, el usuario, quien debe entender de una vez por todas que la propiedad privada es inviolable y otra el dueño, que tiene que aceptar que la fauna es “res nullius”, es decir, no es propiedad particular de nadie y el Estado solamente debe tratar de mantener el medio ambiente y organizar su uso.
No es que estemos en contra de la agricultura, muy lejos de eso, pero sí en cambio defendemos y lo haremos siempre el respeto por los ambientes naturales. Si una explotación humana altera y pone en peligro de cambio de raíz de determinado biotopo con la única intención de producir ganancias, que a eso se reduce en la mayoría de los casos la actividad humana en la Naturaleza, nos agruparemos junto a las entidades de bien público que defienden el medio ambiente. Ya lo hicimos cuando se produjeron las primeras invasiones de campos en el operativo soja. Lo hicimos también cuando comenzó el magnicidio ecológico de producir oleaginosas para transformarlas en nafta, en una época en que el hambre mata a millones de seres humanos todos los días. Lo hicimos cuando nos encolumnamos en las marchas en pro de una “racionalización de la natalidad”, inspirados en la idea irrefutable que “ya no cabemos más en la Tierra”. Porque lo que se debe entender cuando se habla de caza y cazadores es que pertenecemos a una rama nostálgica. A una rama que se alimentó en el recuerdo de nuestros abuelos de polainas y sacos de cuero cruzado, escopeta al brazo y buen braco o pointer pegado a la pierna, en busca de perdices y martinetas.
Fue época de cogoteras llenas y no se repetirá, pero no fueron esas cogoteras las que disminuyeron la fauna sino la destrucción de los biotopos favorables. Por esa causa es que año tras año pedimos un poco más de atención A LAS AUTORIDADES Y DE RESPONSABILIDAD A LOS CAZADORES Y A LOS CLUBES QUE LOS AGRUPAN.
Y pasamos al tiempo reciente. En todas nuestras salidas comprobamos que la población faunística es mayor en las zonas más cercanas a la capital que en campos situados a más de 200 kilómetros de esta capital. Es más, hemos recorrido extensiones considerables del oeste y el sudoeste , siempre en establecimientos de explotación intensiva y comprobamos la falta casi total de perdices. En contraposición y en la misma fecha nos detuvimos en chacras a 70 o 60 km. De nuestras casas y nos sorprendieron verdaderas concentraciones de ese simpático y persistente tinámido. La causa, simple, en el primer caso hubo explotación agrícola intensiva con arado y cosecha nocturna, fabricación de rollos sin horario previsto , insecticidas y fertilizantes a rajatabla En fin, toda la diadema de recursos que el hombre aplica sin hesitar, convencido de su condición de rey y señor de la Creación. Eso sí, en los campos más o menos respetados la fauna permanece y aún aumenta.
En la ruta 3, entre Gorchs y Las Flores, para mayores datos, contamos una tarde de sol “cinco!° gordas perdices coloradas que recorrían la banquina para aprovechar el grano caído de los camiones . En esos casos, más allá de la banquina y el alambrado lucían potreros con el habitual pasto puna de los campos naturales, refugio ideal de las perdices y de toda la fauna. La conclusión es simple. Hay una explotación racional inevitable. Hay un compromiso de regulación también inevitable. O nos cuidamos o desaparecemos. Así de simple. Todo esto conlleva el pedido permanente de estudio de los reglamentos. No se trata de prohibir para proteger sino de regularizar para mantener, tanto a la presa como al cazador. Ni son tan pocas las primeras ni tantos los segundos . Para concluir positivamente, señalamos que la caza sigue, nos contiene y nos impulsa. Al veterano vaya nuestro afectuoso saludo. Al recién iniciado, nuestra advertencia de mantenerse en estado e ir corrigiendo defectos en su accionar en pleno campo y a las autoridades que se acerquen a estas líneas la obligación de atender medios y sistemas de aprovechamiento de los valores naturales. Es tiempo de saber aprovechar la herencia que cada país recibe. En nuestro caso los ambientes naturales aún son muchos. Y el cazador es uno de los que mejor conocen esas extensiones privilegiadas y mejor pueden informar acerca de los cambios que se hayan producido, al final de cada temporada. Cabe utilizar esas comprobaciones por intermedio de las asociaciones deportivas que los agrupan y la consulta al periodismo especializado que, y lo probamos constantemente, se mantiene en plena actividad sea o no la temporada efectiva, y pone a disposición, como ya es tradición, todos sus conocimientos y datos para que unos y otros mejoren sus servicios y en conjunto conservemos y mejoremos el medio ambiente, legado obligatorio que deberemos entregar en el mejor estado posible a las generaciones que nos sucedan.
Por Rodolfo Perri Para Pezcalandia Bs As - Argentina