Recorrido por fuera y por dentro del mar en busca de lobos marinos, orcas y pingüinos. Además, propuestas de todo tipo, en Pezcalandia decimos está bueno...
En Puerto Madryn se puede sentir la calma.
Los pasajeros que vuelan a Chubut son tranquilos, no andan con equipajes exagerados, no gesticulan mucho ni hablan a viva voz. Será por la promesa de naturaleza que uno está más comprensible si el vuelo se canceló hasta otro día, si se atrasó o si no se sabe cuándo despega. Cuando uno llega a destino y ve, mejor que en la primera fila frente a una pantalla IMAX, historias de nubes retorcidas, juegos de colores en atardeceres arty, constelaciones a todo brillo, se da cuenta de que todo eso fue necesario para ganarse el cielo.
El de Madryn y la Península Valdés, por lo menos.Hasta aclimatarse es mejor tener a mano un abrigo liviano, porque cuando los chubutenses dicen vamos a tener un día caluroso con gesto sofocado, algún porteño puede estar necesitando un cárdigan de lana. Por esas cosas del clima seco y el húmedo, a diferencia de playas bonaerenses y uruguayas, la playa aquí es agradable y no deshidrata.Es un error creer que sólo se puede venir a Península Valdés y alrededores a ver ballenas que llegan en mayo en busca del agua calma del golfo, ideal para reproducirse, amamantar y educar a sus cachorros. Incluso en Madryn y Puerto Pirámides, los lugares donde más suelen verse, las ofertas turísticas se multiplican sean días de ballenas o no.Para empezar el recorrido es ideal la Fundación Ecocentro, centro cultural de arte e información ambiental dirigido por el naturalista y escritor Alfredo Lichter. Recibe el esqueleto de una ballena franca que apareció muerta en las inmediaciones, una de las tantas que pasan en la zona su primer año después del destete, con huesos que les tomó más de un año limpiar, secar al sol y ordenar.
Detalle impresionante que hace recordar que hace tiempo las ballenas eran otra cosa: la estructura de sus aletas son como una especie de manos.
En el Ecocentro hay una figura tamaño natural del delfín calderón o ballena piloto; un piletón que simula el fondo del mar, con cantidad de estrellas y erizos; muestras de arte alusivas, como la instalación sonora de Enrique Banfi, con cantos de ballenas; un mapa topográfico con relieve que explica el choque entre el circuito de la alimentación de los peces y el de los barcos pesqueros; filmaciones de la población bioluminiscente del fondo del mar de Monterrey; la tapa del disco de Yes de 1973, Tales from Topographic Oceans , y un mirador.Cuando llega el hambre será mejor tener previsto algún restaurante.
Para comer sin parar ahí está la Cantina El Náutico, lugar tradicional por el que pasaron celebridades argentinas de todo tipo. En las paredes, una cantidad de fotos enmarcadas lo documentan.
Para una dieta más natural y liviana, en la calle Sáenz Peña espera la cafetería Towanda. Pocas mesas, ensaladas y sándwiches muy frescos y café importado.Otro lugar por el que hay que pasar es el hotel Territorio.
Fundado hace un año, se trata de minimalismo patagónico con 36 habitaciones que miran al mar, paredes de vidrio como para que entre todo el cielo y en el spa, un jacuzzi especial que deberá reservarse, con un ventanal muy largo para vigilar las ballenas y la puesta de sol, llegado el caso.
Entre otras comodidades, todos los días espera en la habitación un bol lleno de frutas, hay un cuarto de juegos para chicos que incluye PlayStation y películas de Disney, prestan equipos de mate y reposeras para la playa, hay DVD para bajar las fotos y en todos los cuartos, todos dobles, se puede agregar sin cargo una tercera cama.
En Madryn uno se encuentra con gente relajada que la pasa bien con lo que hace: en Territorio, por ejemplo, es el mismo gerente el que toma el control de la combi sin problemas y se encarga de algún que otro traslado; la misma Eloísa que trabaja en las flotadas por el río Chubut, en Gaiman, puede guiar con ganas por el Ecocentro, aunque el lugar disponga de guías propios, y el equipo de Aquatours le pone a su barco una bandera pirata y se la pasa haciendo chistes.
Apuesta al turismo
Así, en un puesto caminero, a la entrada, los argentinos tendrán que pagar 14 pesos y los extranjeros, 45.
Ni tehuelches nómadas que vivan de la caza y de la pesca, ni colonos dedicados al ganado, ni explotación de lobos marinos, ni industria lanera: ahora la apuesta fuerte de la región es el turismo.
Por la ruta 2, antes que nada uno se topará con el istmo Carlos Ameghino, con el golfo Nuevo a la izquierda y el golfo San José a la derecha, con la isla de los Pájaros, con un sospechoso parecido con el dibujo del sombrero-boa que hizo el Principito apenas empieza la historia.
De ahí lo sacó Antoine de Saint-Exupéry, porque, cuando en el libro cuenta que estaba en el desierto del Sahara y tuvo una panne con el avión, estaba en realidad en el desierto patagónico. En esa época todavía no había pingüinos en la zona, si no quién sabe lo que hubiera escrito.
Los pingüinos de Magallanes se instalaron hace 30 años en la estancia San Lorenzo, lugar donde no llega Internet ni las señales de los teléfonos celulares, pero hay 300.000 ejemplares, un tercio de la colonia de Punta Tombo.Todo está organizado para ir a visitarlos: desde el galpón-comedor hay que subir a un camión Bedford de 1964, con acoplado con asientos, y rumbear para la costa.
A un kilómetro y medio de la playa ya se ven nidos bajo los arbustos, y los pingüinos cruzan el camino. A la pingüinera sólo se llega con guía, hay que seguir un circuito estricto, no se puede fumar, ni correr, ni tocar pingüinos, que pueden repartir picotazos entre los molestos.Según la época del año se podrá ver la llegada de los machos y sus peleas por los nidos; la formación de las parejas y la reunión de los que quedaron solteros bajo una especie de árbol-discoteca; la puesta de huevos e incubación; el nacimiento de los pichones, su crecimiento y cómo, todavía con el cuerpo muy plumoso y rasgos tiernos, se reconocen mutuamente y se agrupan solos en nidos-guarderías. Después llega el cambio de plumas de los adultos y la independencia de los pichones.Todas las visitas están matizadas con escenas de la vida cotidiana.
Un ejemplo: un centenar de pingüinos está pescando en la costa; de repente, a lo lejos se ve la cabeza negra de un león marino que viene a pescarlos a ellos.
Los pingüinos se alejan cuesta arriba y algunos exagerados corren sin parar hasta los 150 metros. Muchos llegan hasta los humanos y se quedan ahí, espiando el mar detrás de rodillas turistas. "Le tienen más miedo al león que a nosotros", observa un visitante. Y el guía agrega que el primer predador de pingüinos es el hombre, con sus redes de pesca.El guía es Julián Zanni, que también es el chofer del camión, el que toma los pedidos en el almuerzo, el que decide el plato de los vegetarianos, el que lleva los pedidos, abre el vino, cuenta sobre el lugar y custodia las libretas olvidadas. Estudió Turismo en Alemania y es docente de Management de Hotelería en la Universidad Nacional de la Patagonia. Eso sí, la parte científica la deja para un equipo de científicos locales y extranjeros que estudia el impacto del turismo en los pingüinos.Zona de cazaPor caminos agrestes, matizados con cielos de colores y caballos salvajes pero elegantes, se llega a otros puntos de avistamiento de fauna. La ruta 3 va a Punta Norte, lugar más aislado de la península y tal vez el más ventoso. Hay una colonia de lobos marinos que de vez en cuando es diezmada por las orcas, que cazan con la técnica del varaje, que sólo se desarrolla en Península Valdés debido a su geografía: toman impulso desde el mar y se empujan, por tierra, hasta la playa. Y algún lobo marino se llevan, sobre todo cachorros.Si se prefiere evitar el espectáculo conviene ir cuando hay viento norte: las orcas no se acercan.También está la opción invernal de verlas enseñar varaje a sus cachorros, sin víctimas, en la playa de San Lorenzo, cuando los pingüinos se fueron. Las orcas son 32, sólo 7 cazan, y de ellas sólo 5 lo hacen bien y enseñan a los más chicos.Por la ruta 47 se llega a Punta Cantor, con una vista que más parece una visión, con acantilados desde donde se ve la Caleta Valdés, por la que pululan ballenas, orcas y hasta guanacos. Ahí mismo espera un buffet para sentarse a mirar tranquilo. La parada es algo así como el centro de la estancia La Elvira, que funciona como hospedaje-oasis, con ocho habitaciones con dos camas king-size cada una, pastelitos de membrillo, Internet, teléfono, pileta y un desprendimiento menor de la colonia de pingüinos de San Lorenzo. A la medianoche se corta el grupo electrógeno, pero hay estrellas fijas y fugaces, telescopio y tranquilidad extrema.Para otra clase de noche, con ruido, luces y música, habrá que dar la vuelta por la ruta 2 hasta Puerto Pirámides, el lugar más ondero de la península. A medio camino entre Praia do Rosa y Cabo Polonio, a los que buscan vida playera hippie-natural les gustaría: para empezar, y es importante, hay luz, agua corriente, teléfono, bares para instalarse a cualquier hora, como La Estación, y un gran escenario en la playa para recitales al atardecer.
Danza con lobos
Si uno tiene ganas de bucear, en el centro, sobre la avenida Roca hay varios puestos de buceo y trajes de neoprene de todos los talles.El paisaje estepario de la superficie sigue bajo el mar: colores apagados, colchones de algas pálidas y fauna amarronada. Los buzos con carnet pueden sumergirse con lobos marinos, personajes human-friendly que inspeccionan los trajes de neoprene, imitan las burbujas del buzo y, a la hora de la despedida, acompañan a los invitados camino a la embarcación. Los que reciben su bautismo submarino no bajan más de 10 metros y con un instructor pueden socializar con erizos, cangrejos, estrellas de mar y nadar al lado de los meros. Además de concentrarse en respirar por el regulador, recordar las señas aprendidas hace un rato y luchar contra los oídos tapados.
La expedición para primerizos es un poco incómoda, pero vale la pena.
Sentir Valdés
Englobados en la nueva tendencia del marketing territorial, un grupo de empresas hoteleras y de servicios turísticos se agrupó en Sentir Valdés. Por ahora con una veintena de integrantes, que cada vez son más, la idea es promocionar Península Valdés y su comarca. Generar las condiciones para que los visitantes puedan experimentar todo lo que ofrece la península. Hacer hincapié en el cuidado, el conocimiento y la preservación de la naturaleza.
Por Silvana Moreno
Fuente Diario La Nacion