La montaña ha pasado de ser un coto reservado a unos pocos expertos a un deporte masificado y convertido en negocio en el que se mezclan patrocinadores, competición e inexperiencia.
Las cosas han cambiado, y mucho, en los deportes de montaña. Hace unos años eran un coto reservado a unos pocos que, progresivamente, batían sus propios récords y su práctica se entendía como un reto personal, como los casos del mítico Juanito Oiarzábal o el del recientemente fallecido Tolo Calafat. Ahora, su práctica se ha convertido en una competición en la que han entrado a jugar un papel decisivo patrocinadores, prisas e inexperiencia y, en algunos casos, espectáculo.
Sólo en España, los amantes de esta práctica se han triplicado en los últimos ocho años hasta sumar 80.000 federados en sus diversas disciplinas –alpinismo, escalada, esquí de montaña, barranquismo y senderismo, la que reúne a la mayor parte de amantes de la montaña–. Como explica Jorge Cruz, de la Federación Madrileña de Montañismo, “la gente quiere ir demasiado rápido.
Es el caballo de batalla contra el que hemos de luchar, ya que muchos de los que se adentran en este deporte extrapolan su manera de vivir y la llevan a la montaña, en vez de ir progresivamante”.
Masificación
El resultado es que esta masificación de la montaña “ha dado como resultado que en un campo base se puedan agrupar perfectamente expediciones procedentes de quince países. Sólo en España se organizan anualmente entre 30 y 50 expediciones”, destaca Cruz.La montaña ha llegado a convertirse en un auténtico negocio con un potencial turístico del que son muy conscientes los gobiernos locales. “Si tenemos en cuenta que la expedición más modesta puede costar unos 20.000 euros –entre billetes, permisos, material y porteadores– y otras, como ha sido la de la alpinista coreana Oh Eun Sun, superan los 150.000 euros, se entiende que haya personas en estos lugares, como los sherpas (guías), que hayan visto en el alpinismo un filón. De hecho, en zonas como el Himalaya, hay generaciones de sherpas que viven de esta actividad y que funcionan como una especie de agencia de viajes”, destaca Cruz.
Este auge en el número de expediciones ha hecho que las fuentes de financiación también hayan cambiado y, si hace unos años eran las federaciones las que cargaban con los costes, hoy en día son las empresas e instituciones –sobre todo los Gobiernos regionales y el Consejo Superior de Deportes– los principales patrocinadores de estas aventuras.
Así, Endesa, Seguros Lagun Aro, el Gobierno de Guipúzcoa o la cadena de hoteles Room Mate apoyan la iniciativa de Edurne Pasabán, mientras que entidades como El Corte Inglés o la Comunidad de Madrid hacen lo propio con el alpinista más veterano en activo, Carlos Soria, quien, a sus 70 años, se encuentra en Manaslu –en el Himalaya–, la octava montaña más elevada del mundo.Una financiación que, en el caso de la primera mujer en alcanzar los 14 ochomiles después de coronar el Annapurna y rival de Pasabán, la coreana Oh Eun Sun, “cubren , incluso, los costes que implican tener a su disposición dos helicópteros”, apunta el montañero. Unos medios que no tuvo a su disposición Calafat en el Annapurna, ya que, según Cruz, “los rescates en el mundo occidental funcionan de manera distinta. El caso de Calafat es el último problema de Pakistán”, destaca y añade: “A partir de los 6.000 metros, eres consciente de que estás en zona de muerte. A esa altura el cuerpo va al límite y un error puede ser fatal”. Otras cumbres, como el Kilimanjaro (5.000 metros) o el Aconcagua (7.000 metros) son, en opinión de Cruz, “paseos, cimas en las que la dificultad técnica es casi cero, pero donde el peligro está en el mal de altura y en los posibles edemas que se pueden originar por los problemas de aclimatación, a los que hay que sumar las siempre imprevisibles nevadas, así como el agotamiento”. Precisamente, el cansancio, originado por unas jornadas vividas al límite, en las que Calafat sin apenas comer y beber, acabó con su vida. El precio de la montaña“La percepción de la muerte es totalmente distinta en Oriente que en Occidente. Si bien aquí un rescate no supone ningún problema, en zonas como el Himalaya, donde la población se muere de hambre, es algo distinto”, destaca Jorge Cruz, de la Federación Madrileña de Montañismo.En España, son las Comunidades Autónomas las encargadas de llevar a cabo los rescates. Según datos del Grupo de Rescate Especial de Intervención en Montaña (Greim), en 2008, la montaña se cobró 104 vidas, 20 más que en 2007. Ese año, esta unidad realizó 881 intervenciones, frente a las 771 de 2007.
Unas cifras que alertan de que la afición a los entornos naturales no siempre se corresponde con una preparación adecuada, ya que la mayoría de los accidentes se producen por exceso de confianza.
Unas negligencias que ocasionan gastos que se podrían evitar –una hora de helicóptero cuesta entre 2.000 y 3.000 euros–. “Comunidades, como Cataluña, ya han empezado a cobrar por esas imprudencias. Otras, como Cantabria y Aragón ya han tomado nota”, señala Cruz.
Por Rosario Fernández. Madrid
Fuente Expansion.com
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