sábado, 12 de marzo de 2011

Aventura náutica con vos

En esta oportunidad, nos llegó a la redacción de Pezcalandia, un relato que entedimos como fantástico para compartir con nuestra comunidad.
Noviembre de 2004, Daniel "El Capi" Serenelli intentó lo que ningún argentino había logrado: cruzar el Océano Atlántico, desde las Islas Canarias a Venezuela, remando en solitario y sin apoyo exterior. Este relato transcurre el undécimo día de travesía y parte de la siguiente jornada y se titula "El barco fantasma". Sabía que durante toda esa noche tendría que soportar una tormenta con vientos muy fuertes. Desde la tarde tuve que permanecer encerrado dentro de la cabina de mi bote: asomarme para salir a tomar aire era una locura y seguir remando era imposible. Con el pasar de las horas las olas no dejaban de romper sobre el bote, abrir esa ventana era imposible y si lo hacía se llenaría todo de agua. El ancla de mar que había tirado por popa, el dia anterior, nunca se prendió en el mar; tal vez era muy pequeña, tal vez el viento que había, me hacía pensar que no se había agarrado.
La cuestión es que mi bote, "Vamos Argentina", viajaba como sin rumbo hacia las costas de África; desgraciadamente me arrastraba en dirección contraria a mi destino. Hubiese pagado cualquier cosa para que esa tremenda deriva hubiese sido con dirección a América. Los vientos soplaban a más de cuarenta nudos, según las predicciones de mi meteorólogo, Rafael del Castillo, en las Palmas de Gran Canarias, sabía que con el paso de las horas los vientos serían cada vez más fuertes. Las autoridades de Salvamento Marítimo de Tenerife - que dicho sea de paso, no habían autorizado mi salida y, por las mías, me escapé y me metí al mar una madrugada de lluvia y viento desde la otra punta de la isla de Las Palmas de Gran Canarias- ya me habían anticipado de los fuertes vientos que tendría que afrontar. Estaba siendo arrastrado cada vez con más fuerza. De a poco, se iba convirtiendo en la noche más larga de mi vida; llegó la oscuridad y el bote estaba paralelo a las olas por lo que recibía toda la fuerza de las olas bien de lleno contra una de las bandas y me sacudían como a un trapo de piso. Traté de calentar agua para hidratar una ración de comida pero fue imposible por los barquinazos que daba el bote; decidí comer cualquier cosa y esperé que se hiciera la hora para la comunicación diaria con Rafael. Enciendo mi radio BLU a la hora indicada, ya con la sintonía prefijada. Rafael, me pregunta cuál era la velocidad del viento y le digo que no podía medirlo ya que no podía asomarme.
Calculaba que no menos de cuarenta o cincuenta nudos. Pero eso no ya tenía importancia, que más da cuarenta, cincuenta o cien nudos de velocidad, si estás solo dentro de una cabina que no es más grande que un ataúd esperando lo peor que todavía no había llegado. Ya no podía sujetarme ni hablar con Rafael: necesitaba acostarme y atarme con el cinturón de seguridad para mantenerme quieto.
Decidí cortar toda la electricidad para evitar posibles cortocircuitos. Afuera el mar estaba hecho un infierno; las olas rompían sobre uno de los lados del bote con una fuerza tremenda; el ruido que se escuchaba dentro de mi cabina es imposible de describir. En cada golpe pensaba que el bote se partiría al medio; había un intervalo de tiempo entre una ola y otra que, según creo por la sensación que me causaba, tapaban el bote y lo sumergían.Aproximadamente a la una de la mañana, digo aproximadamente porque no veía nada, recuerdo que había estado rezando y me encontraba casi dormido con la foto de mi familia apretada en mi pecho; de repente, un movimiento brusco me hace reaccionar y me encuentro boca abajo con la cara sobre el techo y siento que el bote da un giro tipo latigazo hacia arriba y se coloca en posición normal; pego con la cabeza por todos ladoscomo si fuese una pelota que rebota y quedo boca arriba, en posición normal, acostado mirando el techo. En ese momento reacciono y me doy cuenta de que había dado una vuelta de campana o sea un giro de 360º. La sensación que sentí fue horrible, estaba desorientado y con mucho miedo.
Me toqué la cara y la sentí mojada; mi primera reacción fue tratar de sentarme y ver qué estaba pasando dentro del bote. Estaba atado por las rodillas con el cinturón de seguridad; pensaba que había entrado agua en la cabina y me había mojado, estaba muy desorientado. Se sentía que afuera la tormenta seguía terrible y me castigaba cada vez con más dureza. La angustia que experimenté a partir de ese momento fue horrible. Como dije antes, estaba metido dentro de un espacio que no superaba las medidas de un sarcófago y la sensación de ver a la muerte tan cerca es indescriptible. Fueron pasando las horas, calculo que serían las cuatro de la mañana, cuando siento que pega otra ola con tal fuerza que pareció que arrastraba el bote por un camino de tierra con pozos y en ese momento sobreviene el segundo vuelco de 360º.
No pensé que sobreviviría a ese revolcón; el bote retomó su posición normal y pensé que moriría de un ataque al corazón: me faltaba el aire y no podía respirar; sentía que mi corazón latía mucho más fuerte de lo normal y mi boca estaba totalmente reseca. Fue difícil pensar que podía sobrevivir a ese infierno. Necesitaba tranquilizarme; fue un momento de mucha angustia, de a poco fui respirando cada vez mejor; alcancé a agarrar una caramañola con agua, mojé mis labios y de a poco fui bebiendo unos tragos y eso me calmó mucho. Fueron pasando las horas y comencé a ver cierta claridad a través de la ventana. Decido levantarme y comenzar a juntar las cosas que se habían desparramado; tomé más agua y me miré al espejo. Mi cara era una mancha roja tapada con sangre seca; tenía dos pequeños cortes en la cabeza producto del primer vuelco y no me había dado cuenta. Una vez que acomodé todo, miré la hora; eran casi las seis de la mañana.
Subo las llaves térmicas para tener electricidad nuevamente y acomodo sobre el asiento de remar la pieza que servía de antena para el teléfono satelital.A continuación enciendo el teléfono y casi inmediatamente siento que suena. No estaba acostumbrado a recibir llamadas en mi bote y me tomó por sorpresa. Cuando atiendo, escucho la voz de una niña que me preguntaba si yo era el señor Serenelli. Pensé que era una broma.
En realidad era la capitana de Salvamento Marítimo desde Tenerife que me preguntaba cómo había pasado la noche; le conté rápidamente lo ocurrido y me dijo que la noche que vendría sería peor que la que había pasado, y que solamente tenían dos horas para poder rescatarme. Me contó que habían estado haciendo averiguaciones por si había algún barco pesqueroen la zona y que ya no quedaba nadie en el lugar por la tormenta; sabían que si lograba encontrar algún barco que me remolcara unas treinta millas náuticas hacia el Oeste, ya habría salido de la tormenta y tendría buenos vientos alisios para seguir mi viaje hacia América.Mi bote y yo estábamos solos en el lugar y tenían nada más que un par de horas para rescatarme. Le dije que me diera tiempo para pensarlo. No tenía mucho más tiempo: me estaba saliendo del rango de posibilidades de rescate por la fuerte deriva de mi bote y por la autonomía del helicóptero nunca habían hecho un rescate tan lejos. De hecho, hacía quince días que habían reacondicionado un helicóptero Súper Puma con un tanque de combustible extra dentro de la cabina y jamás lo habían usado. La cuestión es que decidí tomarme una hora para reflexionar, y le pedí que por favor me llamaran más tarde.
A todo esto ya venía arrastrando problemas con el timón, la comida, el agua y los remos bajos. En el mejor de los casos, si superaba lo que se venía con la tormenta y tenía la suerte de no llegar a las costas de África, los problemas futuros estarían ahí y solo sería cuestión de tiempo el comenzar a sufrirlos. Todavía me quedaban más de cien días de navegación por delante y serían muy difícilesde sobrellevar en esas condiciones. A todo esto, me paré con las piernas dentro de mi cabina y saqué todo mi cuerpo afuera: miré a mi alrededor ycuando el bote estaba sobre lo más alto de la ola, observé a mi izquierda y a lo lejos en el horizonte, el puente de un barco blanco. Mi felicidad fue increíble; sentí que estaba salvado ya que sólo necesitaba que cualquier barco me saque unas treinta millas náuticas al oeste para salir de la tormenta. Inmediatamente encendí mi radio VHF y comencé a transmitir en el canal 16 un pedido de ayuda. Siempre mantuve mi cuerpo fuera de la cabina y con el micrófono en la mano esperaba que me respondieran en cualquier momento. Continué insistiendo con la comunicación, por lo menos durante casi media hora, y jamás nadie me respondió. En una de mis observaciones veo que el barco se va poniendo paralelo a mi bote ycomienza a alejarse lentamente hacia el Norte. En ese momento sentí una gran angustia y una soledad de muerte me envolvió, mi corazón se aceleró y no podía respirar; me faltaba el aire, estaba experimentando otra vez la misma sensación horrible que había tenido la noche anterior.Pensé que este barco era la señal que necesitaba para abandonar el cruce, y es por eso que lo llamé el “Barco Fantasma”. Enseguida recordé que la noche anterior, llorando le pedía a Dios que me ayudara y la ayuda había llegado con esa llamada telefónica, y el Barco. A continuación, sin esperar un segundo, levanté el teléfono y fui yo quien pidió que viniesen a rescatarme cuanto antes. Ya no podia quedarme un minuto más en ese bote y así fue que a las dos horas estaba en un helicóptero rumbo a Las Palmas de Gran Canarias.Solo se que no la olvidare jamás esta maravillosa aventura, como siempre digo: “El gran arte de la vida es hacer de la vida una obra de arte” y eso se logra viviendo de esta manera, encarando proyectos y viviendo nuestros sueños. Los resultados son producto de muchas cosas, una de ellas, las circunstancias.
No creo que valga la pena sacrificar una vida, cuando existen tantos proyectos hermosos por vivir.
Hoy estoy muy felíz porque dentro de todos mis futuros proyectos, el próximo será la navegación a vela en solitario.
Por Daniel Capi Serenelli
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