viernes, 13 de mayo de 2016

Mis doce horas muerto en el Everest


En Pezcalandia difundimos el estremecedor relato de su odisea, y regreso a casa, del médico tejano Beck Weathers. Hace 20 años fue abandonado entre la nieve "dado por muerto". Su historia inspiró la película 'Everest'
Recuerdo vagamente haber muerto el 10 de mayo, cuando el frío me anestesió yfui desvaneciéndome poco a poco, sin saber entonces que iba a experimentar mi primera muerte. Al día siguiente, a última hora de la tarde, cuando el sol ya descendía hacia el horizonte, regresé de la muerte y abrí los ojos". 
Así inicia Beck Weathers su relato de la que fue la mayor tragedia de la historia del Everest cuando, en la primavera de 1996, nueve personas fallecieron durante el descenso de la montaña. Una violenta tempestad sorprendió a un numeroso grupo de montañeros mientras bajaba de la cumbre del Everest, por encima de 8.500 metros de altitud. El agotamiento físico, el oxígeno embotellado que se acabó, la falta de visibilidad, el frío y varias caídas mermaron y disgregaron al grupo. Unos murieron, incapaces de continuar, otros se despeñaron y algunos llegaron al campamento del Collado Sur, a 7.950 metros.
En plena noche varios de estos no pudieron alcanzar las tiendas. Cuando al día siguiente sus compañeros descubrieron a Weathers, junto a la japonesa fallecida Yasuko Namba, prácticamente sepultado bajo la nieve, sólo pudieron certificar su muerte. Treinta horas más tarde y después de soportar temperaturas de 40º bajo cero y vientos de 90 kilómetros por hora, aquellos montañeros vieron abrirse la puerta de su tienda y al americano en la puerta preguntándoles: "¿Dónde puedo sentarme?"
En el 20 aniversario del suceso, se publica en España Dado por muerto, libro escrito por este médico patólogo tejano, típico ejemplo de los abundantes personajes dispuestos a subir al punto más elevado de la Tierra. Él lo intentó en el momento en que el Everest empezó a ponerse de moda. Fue a partir de entonces cuando en determinados círculos sociales, integrados por lo general por profesionales de posición económica desahogada, vivir una aventura y sentirse capaces de protagonizar una acción de visos heroicos, se convirtió en un asunto apetecible y socialmente bien visto. Algo similar, aunque de consecuencias mucho más dramáticas como recoge este libro, al fenómeno de los maratones populares, que todos quieren y se sienten capaces de acabar uno.
El Everest es el objetivo a batir. Convertido en parque de atracciones del alpinismo, sus campamentos acogen a centenares de aspirantes a la cima. La mayoría carece de una preparación suficiente. Son tutelados por compañías especializadas, auténticas agencias de viaje de altura, que gestionan los permisos imprescindibles, contratan sherpas y guías y organizan la intendencia de la escalada. Todo a unos precios singularmente exclusivos: participar en uno de estos viajes de altura, supone un desembolso superior a 60.000 euros. Subir hoy al Everest es un negocio. También un riesgo certero. En la montaña han quedado más de 250 muertos, lo quiere decir que uno de cada 25 que hacen cumbre, fallece. La ciencia no ha encontrado respuesta a que Beck no sea un nombre más en tan siniestra estadística.
La escalada en el límite que vivió es diseccionada por el tejano con su precisión de patólogo: "De los ocho alpinistas y tres guías de mi grupo, cinco de nosotros, yo entre ellos, no llegamos a la cumbre. De los seis que sí subieron, cuatro morirían durante la bajada. Otros cuatro también perecieron en aquella tormenta, lo que convirtió ese 10 de mayo de 1996 en la jornada más mortífera del Everest".
Uno de los principales atractivos de Dado por muerto es la narración del mundo de las expediciones desde dentro, hecha por un testigo no profesional. Abundan los libros de grandes alpinistas donde la narración oscila entre minuciosas descripciones técnicas y elevadas conclusiones metafísicas. El relato de Weathers atesora, por el contrario, una sinceridad contundente, expresada de manera sencilla:
"Si supieras que en cuestión de una hora ibas a estar muerto, ¿qué pensarías? ¿Qué tendrías reservado para ti esos últimos momentos? A mí no me sorprendió que, llegado a ese punto pudiera ver ante mí a mi esposa, Peach, y a mis dos hijos".
Otro aspecto reseñable de este libro son las voces del resto de actores: su esposa Peach, sus dos hijos, familiares y amigos, recogidas con rigor por Stephen G. Michaud. Personajes secundarios que aportan un punto de vista enriquecedor. Ellos descubren su papel de sufridores anónimos y hacen comprender el devastador efecto que la dedicación a las grandes montañas acarrea en familias y allegados.
No puede decirse que Beck Weathers fuese un alpinista novato. Aunque con una experiencia breve, atesoraba un puñado de reseñables ascensiones. Solo llevaba practicando el alpinismo diez años, después de descubrirlo por casualidad y convertirlo en instrumento para salir de una profunda depresión. Algunos trekkings y ascensiones sencillas, y una breve escalada en Colorado le dieron arrojo suficiente para acometer la ascensión del gigante de Norteamérica, el monte McKinley. La aventura fue un fracaso; no logró la cumbre y sufrió congelaciones en las manos y los primeros problemas de visión, que fueron decisivos en la tragedia. Todo ello no le impidió creer lo contrario a su regreso del McKinley: "Pensamos que había sido maravilloso".
Siguieron los volcanes mexicanos y el desafío de las Siete Cumbres, subir a las montañas más altas de los siete continentes, reto muy popular entre los alpinistas norteamericanos. Una tras otra fueron cayendo: Elbruz en el Cáucaso, Kilimanjaro en África, Irian Jaya en Nueva Guinea, Aconcagua en América del Sur y Monte Vinson en la Antártida. Quedaban el McKinley "en algún momento tendría que volver...", reconoce, y el Everest.
A aquel periplo universal se unió la consiguiente y necesaria preparación física, que enseguida se hizo obsesión: doble sesión diaria seis días a la semana, inscripción en dos gimnasios, contratación de un preparador personal y una operación para corregir su miopía fueron los pasos siguientes. El resultado: una dedicación exclusiva que desencadenó daños colaterales. Sus relaciones familiares, no demasiado boyantes antes de que el alpinismo apareciese, se fueron al garete. Weathers se hizo adicto al montañismo. "Se levantaba a las cuatro de la mañana para hacer ejercicio, y tenía que estar en la cama a las ocho de la noche. No teníamos vida social", admite su esposa. "Cuando Beck se marchó al Everest (donde pasó nuestro vigésimo aniversario), decidí que esa sería la última vez que se alejara de nosotros... había perdido toda esperanza de hacer que nuestro matrimonio funcionara. Sencillamente, yo no iba a seguir viviendo así mi vida ni un momento más", reconoce una más que dolida Peck.
El libro está trufado de censuras de una mujer hacia un marido que ha olvidado por completo las obligaciones familiares. "La única cosa que tenía controlada eran sus montañas... Su actitud era de "no me molestéis con nada, niños, ni problemas ni nada"". "Me había acostumbrado a afrontar mi vida separada de la de Beck. Seguíamos residiendo bajo el mismo techo cuando él estaba en la ciudad, pero él y yo éramos íntimos extraños", relata.
Por su parte, Weathers tampoco tiene pelos en la lengua: "Yo me pasé de la raya como montañero cuando alcancé los dos últimos estadios: invisible y a prueba de balas, definidos por Dan Jenkins en su libro Baja Oklahoma, donde esboza lo que él denomina "los diez estadios de la embriaguez humana". Lo que olvidé fue el pensamiento con el que cierra su libro: "Este último estadio es casi seguro que acabe con un matrimonio"".
Las voces de hijos y amigos son un crescendo coral que denuncian la situación insostenible a la que había llevado la afición de Weathers. "Había mucha tensión. Mi madre le dijo algo así como que si volvía a subir otra montaña se divorciaba", cuenta en un momento del libro su hija Meg.
Después de una parte central, en la que desgrana su vida anterior y la de su mujer, el relato aumenta el interés en su final, donde el protagonista da cuenta de los avatares de la larga, difícil y dolorosa recuperación de las secuelas del accidente. Hasta una decena de grandes intervenciones quirúrgicas tuvo que sufrir, con el resultado final de la amputación del brazo derecho, todos los dedos de la mano izquierda y la nariz. La posterior restauración del apéndice nasal y otros avatares médicos, narrados con una crudeza no exenta de humor, se unen a la descripción de una mejoría en las relaciones de su vida familiar a su regreso del Himalaya, lo único bueno que trajo para Beck Weathers aquella dramática aventura en el techo del mundo. Escribe: "Eso es un misterio y un milagro que sigo sin comprender después de todos estos años... Espero que mi segunda muerte tarde años en llegar".



Fuente El Mundo