lunes, 12 de septiembre de 2016

¿Doping en el Everest?


Te contamos en Pezcalandia que escalar el monte Everest, supone una experiencia reveladora para cualquiera que lo intente. Llegar a la cima de esos 8.848 metros representa una empresa única, particular y determinante para la vida de un alpinista. Esos momentos en los que la vida del individuo se encuentra a merced de la naturaleza representan, para aquellos que lo experimentaron, el punto más álgido de pureza que se pueda protagonizar. Sin embargo, con el pasar de las décadas y, en gran parte, debido a la "comercialización" de la aventura, el uso de drogas empezó a contaminar ese halo de pulcritud deportiva y se convirtió en una amenaza para los protagonistas.
El doping en el alpinismo representa un asunto retorcido, complejo y hasta tabú para quienes lo practican. La presencia de estímulos químicos en una disciplina cuyo principal rival es la madre naturaleza provoca una falta de entes regulatorios. Sumado a la falta de honestidad de los escaladores a la hora de revelar sus métodos y técnicas de ascenso, todo se vuelca en un terreno de misterios, dudas y consecuencias médicas lamentables.
"Lamentablemente es cada vez más común el uso de esteroides para llegar a la cima del Everest. Y el principal problema al que nos enfrentamos es que muy pocos alpinistas reconocen su consumo. El orgullo personal se ve muy afectado cuando uno mismo sabe que hizo cumbre mediante la ayuda de agentes externos", explicó Colin Grissom, físico especializado en actividades deportivas en grandes altitudes.
De la emergencia al estímulo
La vedette del conflicto en cuestión es la Dexametasona, conocido en la jerga alpinista como "Dex". Se trata de un poderoso corticoide sintético que desde hace décadas está incluido en el kit de emergencia y cuyo uso se estipula ante problemas físicos determinados y que en los últimos años también comenzó a formar parte de manera peligrosa como estimulante.

El "Dex" forma parte de la lista habitual de cada botiquín de un escalador que intente subir a uno de los 14 "ochomiles" (picos que superen los 8.000 metros) repartidos en el mundo. Se trata de un cortico-esteroide recomendado de manera específica para mitigar los síntomas ante un posible cuadro de mal de altura o edema cerebral, de cara al descenso de la montaña. Sus propiedades suplen el efecto del cortisol, reducen las inflamaciones del cuerpo, especialmente la del cerebro y, por consiguiente, alejan las posibilidades de que el individuo pueda sufrir un ACV en las alturas.
Sin embargo, a lo largo de las últimas décadas, los escaladores habituales de los grandes picos detectaron que el fármaco también desarrollaba una ayuda "mágica" durante el ascenso: incrementa la lucidez, la sensibilidad en las extremidades y provoca un sentimiento de euforia que ayuda a las personas a escalar esos últimos metros hasta la cima. Y en ese punto radica la mayor preocupación para la comunidad médica.
El uso excesivo de la droga provoca un cierre total de las glándulas suprarrenales, encargadas de producir el cortisol, y el cuerpo deja de responder ante el estrés. Además, las heridas no cicatrizan como deben, quedan expuestas ante infecciones, y se producen alteraciones emocionales en aquellos que lo consumen en exceso.
"El dex es una de las drogas más peligrosas para escalar un ocho mil. Nuestra mayor preocupación es aquellos que lo usan en los ascensos como una ayuda para llegar a la cumbre. No sólo se pone en peligro uno, sino también a quienes lo acompañan en la expedición. Tiene que ser usado sólo en los descensos y como un suplemento de emergencia", explicó la anestesióloga especializada Natasha Burley.
Según la propia comunidad médica, el uso profiláctico del dex incluso anularía sus efectos posteriores, cuando se lo necesite ante un edema cerebral.
El caso más emblemático fue el del estadounidense Jesse Easterling, quien en 2009 tuvo que ser atendido de emergencia en el Campamento III del Everest, después de haber sufrido desorientaciones, balbuceos y la aparición de un bulto enorme en la nuca. Luego de salvar su vida, el propio aventurero reconoció haber consumido dexametasona durante siete días de manera regular, por recomendación de un médico asiático. El norteamericano, que hoy siete años después todavía tiene secuelas en su cuerpo, denunció al especialista y se llevó una suma nunca revelada como indemnización.
El tabú del deporte
El doping y el uso de drogas en el alpinismo representa uno de los mayores misterios del deporte. Una gran parte de los protagonistas lo utiliza, pero un porcentaje muy ínfimo lo reconoce. Lograr la hazaña de alcanzar casi los 9.000 metros de altura supone una proeza para cualquier ser humano y revelar su logro mediante la ayuda de agentes externos representa un duro golpe para el orgullo personal como para la reputación dentro de la comunidad.

El propio Grissom, junto a sus colegas Peter Hackett y Luanne Freer, realizó entre 2014 y 2015 el que se puede reconocer como el primer estudio sobre uso de drogas en la escalada de grandes cumbres. Se registraron los testimonios de 187 deportistas que realizaron 262 expediciones en ese período y así y todo, los resultados no pudieron terminar de clarificar el tema.
La gran mayoría de los encuestados negó utilizar la ayuda de drogas para alcanzar las cimas, pero también una mayoría declaró conocer a algún colega que sí lo hacía.
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El uso de estimulantes para los ascensos data incluso desde mediados del siglo XX, cuando se apelaba a drogas como Pervitin, Benzedrina y Dexedrina para los intentos más riesgosos entre los '50 y '60. La aparición de corticoesteroides recién aparecería en escena en la década de 1970.

Otro de los productos considerado como doping para los más puristas es el suplemento de tubos de oxígeno. Muchos consideran que su uso genera una aclimatación que contamina la aventura, mientras que hay otros tantos que lo defienden.
"La razón por la que amo el montañismo ya no tiene que ver con lo que uno tome. Muchos consideran el oxígeno como doping, pero para mí no tiene nada de malo su uso, siempre y cuando se sea honesto con uno mismo. Aquí no hay regulación, así que cada uno debe seguir sus propias reglas en la montaña. Sólo serán tramposos aquellos que sean deshonestos con eso", afirmó el escalador belga Jelle Veyt.

Fuente El Territorio