Difundimos en Pezcalandia que un grupo de investigadores relevó en diferentes zonas, si los parásitos que se encontraron en la especie son los causantes de la aparente deformidad. ¿Existe peligro al consumirlo?
Alguna vez nos hemos topado, caña en mano, con estos extraños pejerreyes deformados o “torcidos”, algunos vulgarmente los hemos denominado “doble camello”. El común de la gente los llama torcidos, doblados, encorvados, jorobados o doble joroba, por la deformación de su columna vertebral que algunos adjudican al “pico del biguá”. pero como curiosos que somos, consultamos con biólogos especializados, quienes nos explicaron la posible causa del problema.
En la década del '50, algunos estudiosos observaron en el cerebro de pejerreyes patagónicos (especie emparentada con el bonaerense, el más popular de este grupo), unas larvas de parásitos que fueron denominadas posteriormente “Austrodiplostomus mordax”. Y luego esta misma situación se registró en las flechas de plata de la región pampeana, tanto en lagunas como en embalses. Por ello, tratando de encontrar la causa o al menos alguna vinculación entre la presencia de parásitos cerebrales y las lesiones en los peces, otros investigadores abordaron estudios en diferentes ambientes y especies de pejerrey. De esta forma se encontró que las metacercarias (larvas) presentes en el cerebro de los pejerreyes pueden provocar secuelas negativas tales como ceguera, alteraciones en la natación y estrés, afectando su normal metabolismo y comportamiento alimentario, induciendo al menor peso y a deformaciones en la columna vertebral.
Esta hipótesis sostiene que la presencia de las larvas en el cerebro de los pejerreyes era la causante tanto de las deformaciones de la columna como de una mala condición corporal, peces muy flacos que por ambas razones eran desechados para el consumo humano. El problema fue que se encontraron también pejes igualmente parasitados (con alta carga y prevalencia poblacional del parásito), pero sin alteraciones en el esqueleto o los ojos y con buen estado de gordura. Y para agregar más ruido, algunos peces con la columna torcida no presentaron larvas en el cerebro. De esta manera se descartó una relación epidemiológica directa e inequívoca entre la presencia de larvas y deformaciones de la columna.
El ciclo de vida del parásito
Un parásito es un organismo que vive a expensas de otro, al que necesita para completar su ciclo vital; puede ser como fuente de alimento, hábitat para su reproducción o transporte; provocando en general algún tipo de perjuicio. La larva en cuestión posee un ciclo de vida complejo (y nombres particulares en cada etapa), y se aloja en tres anfitrión: un caracol acuático (planórbido), un pez (pejerrey) y un ave que se alimente de peces (biguá).
Los huevos del parásito caen al agua con la materia fecal del biguá; emerge una larva (miracidio) que debe ingresar a una determinada especie de caracol con forma de espiral plano; allí se multiplica y abandona este organismo con otra fase larval (cercaria) que requiere de un pejerrey para transformarse en el cerebro en metacercaria (otra forma larval). Si ese pez infestado es consumido por un biguá, el estado larval se convierte en adulto, reproduce y cierra el ciclo, que fue oportunamente muy bien estudiado por científicos argentinos.
Por razones culturales, asociamos a un organismo parásito con algo perjudicial, pero existe otra mirada que en realidad los posiciona como parte de la diversidad propia de la naturaleza, con una estrategia adaptativa diferente, requerimientos ambientales propios y que están presentes en mayor abundancia de lo imaginado, ocupando distintos roles ecológicos. Para asegurar el éxito en sus ciclos complejos poseen habilidades para reproducirse y multiplicarse en gran número para garantizar que al menos uno entre miles logre perpetuar la especie. En el caso presentado, consideremos que no es sencillo que los huevos caigan al agua junto a las heces del ave, eclosionen, las larvas encuentren un caracol en un determinado período de tiempo, se multipliquen, abandonen al caracol y esta nueva larva ingrese a un pejerrey, migre hasta su cerebro y que al pez lo consuma un biguá.
¿Se pueden consumir los pejerreyes jorobados?
Los peces poseen un elevado número de parásitos, al igual que todos los seres vivos. Ciertos grupos, en especial los microscópicos, a veces son cientos y no se los puede ver por su reducido tamaño. Otros, en cambio, con muy pocos parásitos presentes, provocan signos distinguibles por los pescadores (manchas rojizas en el cuerpo, por ejemplo). Como manifiestan en este caso particular, no existe una relación causal directa entre metacercarias en cerebro y deformaciones en la columna. Muchos pejerreyes “normales” poseen metacercarias y nunca nos enteramos y los hemos consumido. La especificidad de los parásitos hace que en otras especies, como el ser humano, no puedan continuar su ciclo. Además, el cerebro no se consume, puesto que al momento de limpiar el pescado, vísceras, huesos y cabeza se extraen. Esta enfermedad no constituye una zoonosis (o sea que no se trasmite de los animales al hombre), agregando que una correcta cocción descarta el riesgo de sobrevida de éste u otros parásitos, garantizando su posible consumo. Sin embargo existe aversión a sus presencia pero son meras cuestiones estéticas.
Es necesario mencionar que, en ausencia de larvas, existen casos de deformaciones en la columna de los peces que pueden ser provocadas por muchos factores como bacterias, otro tipo de parásitos, déficit nutricional o alteraciones de la calidad del agua, por citar algunos. Las larvas seguramente actúan como agentes estresantes, pero no son causa de muerte directa. De hecho, la pesca de pejerreyes torcidos es habitual, son luchadores y de diferente porte. El consumo de esta variedad no afecta la salud humana; su posible rechazo se debe a cuestiones culturales. Pero se sugiere que el producto posterior a la limpieza o eviscerado del pescado nunca debe ser tirado al ambiente donde se pesca.
Fuente Weekend-Editorial Perfil
Pezcalandia