viernes, 20 de julio de 2007

Ojos del Salado - Lado Argentino

Todavía con el dolor en las piernas por del encadenamiento de las cinco cumbres del Pissis, y los chicos están en iguales condiciones, así que todos ponemos lo mejor de cada uno y seguimos adelante, agotados aunque muy, muy, motivados. Ni los dos días que pasamos en Fiambalá compartiendo asados bestiales, ni las termas de este maravilloso pueblo en el desierto catamarqueño, nos alcanzaron para recuperar el peso perdido, aunque dieron sí el tiempo justo como para bañarnos, lavar ropa, y concentrarnos en la próxima salida al Ojos del Salado.
Aproximación:
Marcelo (Brandán), también denota cansancio. Casi le brota de los ojos, el estrés de conducir en terreno montañoso, empeorado por la ansiedad de saber qué tipo de lugar transitaremos durante los próximos días. Salimos en una Toyota Hilux 2.5, cargando el mínimo de equipo: 60 l de diesel, bencina para los calentadores, caja de herramientas, comida para cinco días y sandwiches de milanesa tamaño “desesperación”, más los infaltables termos para “matear” el tiempo. El camino sigue la huella al Pissis hasta un punto que se desvía hacia el campamento base del Nacimiento, pequeña vega rodeada de vicuñas, pájaros, y hasta vimos un zorro que paseaba alrededor, aterrándonos con la idea de que podría afanarse unos salamines tandileros. Allí pasamos la primer noche. Al siguiente día, continuamos rumbo a “ El Arenal”, utilizando tres GPS, mapa y la referencia de que hasta allí habían llegado hace veinte años. Como no obtuvimos ningún dato fidedigno, solo teníamos una idea de por dónde pasar, más la experiencia de cuatro guías profesionales y la pericia de Marcelo.
Ascendemos una interminable cuesta de poca inclinación, a lo que sigue un descenso muy pronunciado hasta el cauce de un río que obliga a todos a sujetarse. Una vez allí las cosas cambiaron. De ir despacito, sentados y comentar sobre el terreno tomando mate y galletitas, pasamos a caminar unos a cien metros por delante, y otro marcando el lugar exacto por donde pasar, entre las piedras bola y arena. Seguido al lecho seco ascendimos 150 m de desnivel, hasta un filo que recorrimos a paso de tortuga, marcando centímetro a centímetro, situación que me recordó las épocas en las que trabajaba como técnico, y muchas veces guiaba el movimiento de auto elevadores y grúas. “Aquí es lo mismo”, pensé, y con los mismos gestos guiamos a Marcelo. Hoy por hoy el tener una 4x4 es moneda corriente para algunos, pero pilotearla como Marcelo no es para nada común!. Con los dedos marcábamos que doblara 4 cm a la izquierda, y sortear una laja que podría cortar la cubierta como un fiambre, luego a la derecha 15 cm y así evitar un bloque etc. Todo esto a 35 grados de inclinación o con una rueda casi en el aire. Si no fuese por la habilidad de nuestro amigo y buena disposición, nunca hubiésemos llegado.
Durante las tres horas que demoramos para hacer tres kilómetros debimos construir un puente de piedras, mover más de cien lajas, que a 5.200 msnm se sintieron como dos millones, excavar, y hasta asegurar la camioneta, cuando pasando un sector de ceniza volcánica se encajó y casi vuelca. A las seis de la tarde, llegamos a “El Arenal”, en un estado deplorable. Comimos y directo al sobre, cada uno con su botella de agua, para rehidratarnos después de semejante esfuerzo.
Nos despertamos temprano, sin demasiado apuro, y en lugar de usar la garrafita de 3 kg que llevaba Marcelo, y para hacer mas rápido, armamos los calentadores MSR... ¡No encienden! Resulta que al terminar la bencina comprada en Mendoza, sólo conseguimos algo parecido en Tinogasta. Olía bien, así que pensamos seria buena... Grave error. Como dice la ley de Murphy: “Si algo puede fallar, fallará!” Si, pasa, estos inconvenientes pasan. Lo malo es que fue justo en nuestro viaje al “Ojos”. Reunión en nuestra carpa, y por ser el mecánico del grupo, diagnóstico que aunque los MSR funcan casi con cualquier cosa, no lo harán con esto que compramos. Analizamos las opciones, y decidimos descansar un día. Saldremos desde aquí, mañana bien temprano. Partimos a las cinco, totalmente a oscuras y a paso un poco apresurado, descargando la furia de sentirnos unos tarados por no haber probado el combustible antes. Remontamos una quebradita, rodeamos una loma, y ganamos altura, para caer a otra quebrada con un río seco. El terreno, como es de esperar, es completamente volcánico. La “arena” es ceniza, y abundan las piedras pómez, resultando que por partes, nos hundimos hasta los tobillos. Continuamos una hora más por el eterno río seco, hasta donde se estrecha, alcanzando el Campo 1, muy reparado del viento, y con varios pircados. Echamos una mirada, cargamos los puntos en el GPS, y seguimos, apresurados por el frío que no nos deja detener.
Tres horas más y llegamos a un acarreo de mucha inclinación, que abre paso hasta una ollada, desde donde vemos el glaciar, y por encima de éste, una serie de torres de roca, que parecieran ser la cumbre. Hay dos vías de ascenso, una por la izquierda, y la otra por la derecha. Ambas presentan características similares. La primera es de puro acarreo y más larga. Por la derecha en cambio, vemos mucho brillo entre las rocas que denota la posibilidad de encontrar verglás (hielo) cubriendo los bloques, y permafrost en el resto. Optamos por la de la izquierda. Rodeamos la base del glaciar en una muy pintoresca travesía, hasta llegar a un hombro donde encontramos unas pircas muy viejas, redondas. Cien metros más adelante, y ya sobre el collado, elegimos un filo poco pronunciado y que se prolonga hasta el infinito. Comenzamos a ascender y a las dos horas nos detenemos al reparo del viento, que comienza a castigar y pensamos en voz alta que ese filo era interminable, sentimiento que nos torturó por tres horas más, y nos obligó a concentrarnos al dar cada paso. Al fin dejamos atrás este”pasadizo del infierno” y alcanzamos un pequeño collado que une una cumbre secundaria con la principal, y vemos unos géiseres cien metros más abajo de ella. El GPS indica 6.870 m, pero al mirarlo detenidamente es como si me dijera “Volvete” al mejor estilo película de Tim Burton... Estoy muerto de cansancio, pero más que vivo. Grito como loco a Nico y Pinky unas palabras de aliento. Me alegro que estemos aquí juntos, por lo buena gente que son y porque es un privilegio disfrutar este momento con ellos. Nos detuvimos más de diez veces para superar los últimos dos cientos metros de desnivel, notando que tantas palizas en Aconcagua, Mercedario, Pissis, y ahora aquí, estaban siendo pagadas con intereses punitorios. Al no haber líneas evidentes de ascenso, nos preguntamos por dónde encarar. La única referencia que tenemos son los restos de un helicóptero Lama, estrellado hace veinte años, y que según nos indicaron está a “tan sólo” cuarenta y cinco minutos. ¿¿”Tan sólo”?? (*).
En la cumbre
Rodeando por la derecha lo que sin dudas es la cumbre, ganamos el filo somital, remontando entre promontorios de roca, para luego superar una parte mucho menos inclinada y al fin, poder ver la inequívoca cruz, en la cumbre chilena, a metros de la pirámide sobre el lado argentino. Siendo las 17:30 este desolado paraje del norte argentino, nos regaló 360º del mejor palco natural que se puede imaginar, donde nos abrazamos como verdaderos montañeros, como hermanos. Nos juntamos y a una voz le gritamos a Marcelo por el handy “¡Llegamooosss!”, casi como niños de diez años. Sólo hicimos unas pocas tomas de video; el resto quedará guardado en nuestras retinas. En el punto culminante de esta mole, no puedo creer lo que mis ojos ven: volcanes, fumarolas, coladas de lava, lagunas de colores y formaciones rocosas que no distingo, que se extienden hasta perderse a lo lejos. Tanta sobrecarga me hace olvidar todo dolor, cansancio, frío y sed. Me arrodillo y rezo a Pachamama. Dejo volar los pensamientos, siento calidez de hogar, estoy sumido en una comunión mágica con el entorno. Un momento efímero que no puedo medir con ninguna escala temporal, que aunque duró casi lo mismo que un suspiro de satisfacción, valió por todas las horas de esfuerzo. Un segundo después el frío intenso me vuelve al mundo real. Estoy en medio de la más absoluta e inhóspita desolación del desierto de Atacama. El torbellino de pensamientos se detiene, y durante la bajada reflexiono al recordarlo, que ambos sentimientos son parte de la misma esencia, que da equilibrio a la fuerza que sentimos todos los que vivimos el montañismo como filosofía de vida. Durante el descenso, vemos a Inti acostarse, cansado de darnos luz y calor. De a poco nuestra amiga Killa salió a ayudarnos. Apu Ojos del Salado ya había hecho lo suyo y se durmió tranquilo dejándonos bajar hasta sus pies, sin mayores dificultades que el extremo cansancio. Alcanzamos el campo base a las once de la noche, donde Gonzalo, nos recibió con agua y comida. Cada uno atesora desde ahora el sentimiento de plenitud que se alcanza luego de un viaje así, donde uno se deja conducir por en instinto y el inquieto espíritu que llama cada tanto pidiendo ser atendido. En nuestro caso esa inquietud nos llevó hasta cuatro de las montañas más grandes de América en solo diez y ocho días. De regreso y coincidiendo con la Semana Santa, vemos a miles de peregrinos yendo al Señor de la Peña en La Rioja, y más adelante hacia la Difunta Correa. Ambos lugares congregan creyentes en una mezcla de culto pagano y religioso. Esa gente va a sus lugares sacros, nosotros regresamos de los nuestros...
(*) El accidente del helicópero fue alrededor de 1985. Ahí murió el hijo del dueño de la minera que estaba trabajando en el lado chileno, de apellido Murray. Estaban tomando muestras de mineral , y cuando intentaron despegar, el viento los llevó contra la roca. Pasaron esa noche a esa altura esperando el rescate.
Fuente Ángel Ezequiel Armesto.