lunes, 6 de abril de 2009

Cerro Castillo Travesía Patagonia virgen

En Pezcalandia decimos que pocos son los que se atreven a recorrer este tramo del Sendero de Chile porque casi no hay infraestructura. Otros lo prefieren tal y como está: ciento por ciento naturaleza y Patagonia. Por ello Pezcalandia da difusión a todo lo relacionado con el sector. -¿Y habías hecho algo así? –me pregunta uno de los guías.—Una vez hice la “W”. —Mmm, bueno, te vas a dar cuenta de que eso es casi un camino asfaltado al lado de esto. —¿Y eso es bueno o malo?—Depende de lo que te guste. ¡Para mí esto es mucho más increíble! Completamente cierto. No tanto por el nivel de dificultad, sino porque acá la falta de senderos, pasarelas, puentes y buenos campings hace todo un poco más complejo para recorrer los 45 kilómetros de este trekking. Fueron cinco días de caminata por cerro Castillo, ubicado 75 km al sur de Coihaique. Días donde el cansancio, las heridas que deja el camino y las distancias pueden hacerlo a uno desfallecer. Eso, hasta darse cuenta de que ver la naturaleza en este estado... no tiene precio. Día 1 “¡Qué calor que hace, che!”, me dice uno de los porteadores que me adelanta con paso firme. Lo de hoy es tan inusual que cuesta imaginar la ruta con el clima típicamente patagónico de frío, viento y lluvia. La primera parte del trayecto es por un antiguo camino forestal que sube desde el lago Monreal. La subida de hora y media no es empinada, pero se hace eterna. En total somos 18 personas: 10 expedicionarios y 8 guías-porteadores de la Escuela de Guías de la Patagonia. Vamos todos en fila india. A paso lento. Bastante agobiados. Un pequeño riachuelo sirve para mojarse un poco la cabeza y seguir hasta la primera parada, que coincide con la primera sombra. Algo de maní, frutas confitadas, ramitas, chocolate, mucho jugo. Hay que reponer energías e hidratarse. Definitivamente funciona, porque la siguiente hora se hace más liviana para todos. Además, entramos oficialmente a la reserva y la zona más boscosa, donde baja un tanto la temperatura. Más allá nos tienen preparada nuestra primera sorpresa. Algunos guías se habían adelantado para esperarnos con una mesa repleta de quesos, jamón de distintos tipos, salame, galletas y jugo. Almuerzo que también nos acompañará los siguientes días. “Esto es como en las maratones, pero con quesos”, dice sonriendo uno de los expedicionarios. Comemos, descansamos y continuamos el resto del día con muchísimo más ánimo. El paisaje también comienza a cautivarnos. Después de cruzar un par de ríos, entramos a un mallín, que vamos bordeando por un espectacular bosque de lengas. Los árboles están repletos de “barba de viejo”, esos líquenes de color verde opaco que cuelgan de los árboles y que reconforta verlos, porque son un excelente indicador de la pureza del aire. A eso de las 5 p.m. nos acercamos al mirador Lago Paloma. Ahí nos encontramos con el mejor premio del día: una vista increíble del lago entre montañas y bosques, tres huemules que nos observan a lo lejos y un cóndor planeando casi a la altura de nuestras cabezas. El cansancio, el calor, los pies mojados por el cruce del río. ¡Todo da lo mismo al estar ahí! El resto del camino hasta llegar al campamento El Salto fue el punto negro del día y quizás de todo el viaje. Caminamos casi dos horas por una ladera empinada, que nos fatigó física y mentalmente e hizo aparecer las primeras ampollas en nuestros pies. Lejos, las peores enemigas de todo caminante. Día 2 El siguiente día comenzó con panqueques y una sesión de elongaciones para preparar nuestros músculos. Los guías levantaron el campamento y ya a las 10 a.m. comenzamos nuestro ascenso por bosques y rocas hasta llegar a nuestro primer portezuelo, una especie de “V” que se forma entre las montañas. El día nos acompaña un poco más con la temperatura, algo de viento, excelentes paisajes entre montañas, manchones de nieve y decenas de pequeños riachuelos producto del deshielo. Parte del grupo se adelanta, pero el resto seguimos caminando a paso lento. El ánimo está intacto, pero las ampollas impiden caminar más rápido y las buenas conversaciones tampoco nos apuran. A eso de las 20 horas por fin vemos las carpas instaladas entre los árboles. Nos quedaremos en el campamento El Turbio por dos noches. Ahí nos espera un excelente atardecer, mate y unas riquísimas lentejas con tocino. Quizás las mejores que he comido en mi vida. Día 3 “¡Te perdiste el huemul que pasó por acá a las 7!”, me dice Sergio, coordinador de Sendero de Chile de esta región. Lamento no haberlo visto, pero de todas formas alegra darse cuenta de que en la reserva –y en la región– está aumentando la cantidad de estos animales en peligro de extinción. Vimos sus huellas en varias partes de la ruta. Este es el día de relajo, así es que desayunamos con calma y luego tenemos una excelente sesión de yoga. La mayoría se va a caminar a una laguna cercana, pero otros prefieren descansar los pies para los 20 kilómetros de caminata que aún nos restan para las siguientes jornadas. El día avanza rápido entre lavar ropa y una ducha improvisada en el río. Por la tarde regresan los expedicionarios y pasamos las horas alrededor de una fogata, comiendo ¡pizza!, tomando mate y tratando de entender uno de los juegos más enredados del mundo, pero que es la estrella de la Patagonia: el truco. Día 4 Para evitar un poco el sol, este día la caminata comienza a las 8:30 en punto. Tenemos que cruzar un portezuelo con mucha nieve, sol y pendiente. La ruta comienza subiendo por una zona de bosques, para luego empezar el ascenso por las piedras. El camino se hace más empinado, pero pronto llegamos a la nieve, la que nos facilita bastante las cosas para caminar. Subo muy concentrada por la nieve blanda, siempre tratando de pisar por las huellas que van dejando mis compañeros. El grupo se me escapa cada vez que me detengo para tomar una foto, pero decido no apurarme y sólo me concentro en dar pasos firmes para no resbalar y me dedico a disfrutar el increíble paisaje que me rodea en 360°, que incluye varios glaciares colgantes. Unos 100 metros más allá llegamos al punto más alto (1.435 m.s.n.m.). Fotos de grupo, descanso, bromas, un poco de comida y luego comenzamos rápidamente el descenso. Primero por nieve, luego por las odiosas piedras sueltas. Nuestro campamento está a sólo 30 minutos de ahí, pero como el recorrido lo hicimos en muy buen tiempo, decidimos seguir caminando un par de horas más para acampar a los pies de cerro Castillo. El resto del camino es empinado, por un sendero entre bosques y rocas; aunque nos reconfortamos al ver nuestras carpas ya armadas bajo ese espectacular paisaje. Día 5 A las 4:55 a.m. suena la alarma del reloj. Me levanto rápidamente y salgo de la carpa para ver el amanecer. En el cielo aún hay algunas estrellas, así es que decido caminar y esperar la luz. Recién una hora más tarde comienza el espectáculo de montañas rojizas y luz perfecta, que apenas dura unos 15 minutos. Un rato después ya comenzamos nuestra última jornada de caminata. La ruta comienza subiendo por una eterna morrena que nos da una genial vista a cerro Castillo, el glaciar colgante y la laguna. Esta vista nos parece el clímax de todo el recorrido, pero avanzamos otro poco y quedamos con una vista aún más espectacular. De un lado tenemos este enorme castillo de roca y hielo; del otro lado el valle del río Ibáñez, el San Valentín –la montaña más alta de la Patagonia– y muy a lo lejos el lago General Carrera. Tras cuatro horas de bajada, nos topamos con nuestro regreso a la civilización y las comodidades en Villa Cerro Castillo. Ahí, la Patagonia nos despide a su mejor manera: con un asado de cordero al palo, cerveza, música y los últimos mates. Y, por supuesto, siempre con la montaña en forma de castillo como telón de fondo. Por Evelyn Pfeiffer Fuente revista Viajes