Hacía tiempo que debía una promesa a Jorgito Vicente, hecha en su reducto de Pezcalandia, en una de mis visitas de recuerdos.
Salir a cazar, a tirarle a algo cazable, pero, antes de la temporada…
La fórmula parece difícil en esta época de dificultades para conseguir permisos en los dueños o encargados de campos. Eso en el caso de novicios o gente demasiado ocupada como para establecer un panorama de lugares visitables en todo momento. No es mi caso, desde ya, por lo que fijamos una fecha, en día de semana, y salimos a no más de 70 kilómetros de esta Capital, Una visita que al mismo tiempo fue un intercambio de atenciones, porque fuimos a un campo de no más de 200 hectáreas, hicimos buena cantidad de disparos cada uno y permitimos algún respiro a los potreros con girasoles y restos de cosechas, todos ellos invadidos por una mezcla respetable de cotorras y palomas “turcas”, la tan arisca Columba Picazuró, capaz de llevarse en el buche más de un cuarto kilo de maíz por vuelo…
Ambas especies están consideradas plaga. Creo que muy bien podríamos incluir a la cotrora paloma doméstica, hoy perfectamente incorporada a la vida ciudadana y , amén de portadora de variadas pestes, absolutamente desligada de todo manejo doméstico , invasora de amplios espacios ciudadanos y responsable de no pocos cortocircuitos, acumulación de detritus y taponamiento de cañerías, además de un considerable número de manchas en la ropa de inadvertidos transeúntes, especialmente en el centro comercial bancario de nuestra querida ciudad.
El caso es que prometí a Jorge gatillar hasta calentar el caño de la escopeta y lo logré. El resto estuvo a cargo de la mayor o menor puntería. Pero ese es otro tema…
El sistema aplicado fue recorrer un amplio rastrojo de girasoles y luego apostarse en dos bosquecillos, equidistantes de ese potrero, para aprovechar las llegadas o salidas de las bandadas.
Llegamos al amanecer, bien desayunados y provistos de suficiente cantidad de cartuchos. Elegí dos municiones, número 9 y 7. La primera para cotorras, las segundas para palomas. Utilicé una escopeta Harrison y Richardson, de los lejanos felices tiempos en que Orbea las importaba, y una Browning semiautomática, algo veterana, para mi amigo Vicente.
Ocurre, para quienes no practican con asiduidad el tiro, que , si bien a costa de un mayor gasto, pueden repetir el disparo con mayor frecuencia y a poco que pongan muy especial atención en la maniobra, obtener mejores impactos con el correr de la jornada.
Fue, precisamente, el caso de mi amigo, quien, por último, optó por inmovilizarse en una de las calles de palomas, las cuales, como se sabe, entran y salen de los montes en que están refugiadas por el mismo sitio, con muy leves variantes.
Para ser veraces y objetivos debemos destacar que nuestro acompañante, cuyas mejores experiencias de caza son de hace ya bastante tiempo, no ha perdido para nada el entusiasmo y recuperó, a poco de iniciada la aventura, un regular rendimiento en su puntería.
Una ayuda eficaz//
Desde el momento en que iniciamos la cacería, debo reconocerlo, mi amigo insistió en el aprovechamiento de “todo el producto de la caza”. Debí explicarle entonces que se trataba de utilizar las “partes nobles” de las aves que abatiéramos, es decir, pechugas y, eventualmente patas. Se conformó e iniciamos la faena.
En estas situaciones me propongo y siempre satisfactoriamente, asesorar, servir de manager al invitado, porque, se me ocurre, es esa la mejor manera de incorporar más cazadores a la hoy exigua grey de amantes de Diana. En esta oportunidad no se trataba de un descubrimiento sino de un regreso a las fuentes, porque mi acompañante es veterano en todas las lides de campo y caminata. De ello puede obtenerse que haber logrado más de diez blancos en cada una de las especies perseguidas debe considerarse un resultado más que exitoso.
En realidad toda la experiencia fue beneficiosa, y aquí un párrafo aparte para el uso de mis perros, que significó una gran ayuda para el aporte, especialmente de los ejemplares heridos que caían lejos de nuestro apostadero.
Las primeras tiradas fueron a las aplomas, que ya al despuntar el día comenzaron su visita a los sembrados y también, lo comprobamos, a dos silos en los que se almacena buena parte del grano cosechado. Ya al promediar la mañana los vuelos se hicieron menos frecuentes y optamos por recorrer el girasol.
Allí, una novedad a cargo de las cotorras heridas que libraron, en todos los casos, feroces batallas con los perros, a quienes obligaron a tomarlas exclusivamente por el lomo para evitar desgarrones en el hocico debidos al filoso pico de las parlanchinas aves
Un final, al atardecer, a “toda paloma”. Jorge se mostró muy activo e hizo varios blanco con tiro de barrido que merecieron nuestra ruidosa aprobación. Después, como no podía ser de otra manera, brindamos algunas golosinas a nuestros bretones, nada agradecidos por los picotazos que recibieron, y finalmente hicimos un acopio de pechugas que fueron aprovechadas en dos formas.
Las de paloma, como bifes al vino blanco y las de cotorras simplemente como parte de un relleno de empanadas que ya es tradicional. Y que fue compartido incluso con el encargado de la chacra, en una amable mesa a la luz de las estrellas, esa misma noche.
Por Rodolfo A. Perri
Para Pezcalandia