Nos remitieron a la redacción de Pezcalandia, estos contenidos que entendemos como muy buenos para su lectura, esperemos los disfruten tantos como nosotros
Durante el año trabajan en oficinas, comercios y hospitales, pero en vacaciones desafían sus propios límites como deportistas profesionales en la carrera del cruce de los Andes.
Cien kilómetros a puro espíritu. Un millón cien mil turistas toman sol en las costas argentinas. Para ellos, aprovechar las vacaciones significa realizar el menor movimiento posible y entregarse a los placeres de la diversión ligera. Mientras compran pirulines y churros, en la otra punta de la Argentina, una pequeñísima minoría se prepara para desafiar el concepto de goce estival. Quienes la componen no se conforman con un civilizado encuentro con la naturaleza, pretenden conquistarla. Llegan a campos y bosques arrastrados por fantasías aventureras, pero en realidad no saben a dónde se meten. Y en eso radica la gracia. Son hombres y mujeres de más de 30 años, profesionales, de clase media alta que podrían estar disfrutando de las playas de Punta del Este o Pinamar, pero prefieren someterse a una prueba de supervivencia.
Hoy, están reunidos a escasos metros del Lago Ruca Choroi, ubicado a 28 kilómetros de la ciudad de Aluminé, en Neuquén, y se proponen cruzar la cordillera de Los Andes corriendo durante tres días con su equipo de camping a cuestas. Están mezclados entre atletas profesionales que llegaron desde lugares como Nueva Zelanda, Brasil, Inglaterra y España con el objetivo de ganar dos puntos de los cinco que necesita un deportista profesional para clasificar en la "reina" de las carreras de aventuras, la Ultra Trail Mont Blanc.
La Mont Blanc es una epopeya que atraviesa Francia, Suiza e Italia y recorre 166 kilómetros. Columbia Cruce de los Andes propone 66 kilómetros menos que su hermana mayor europea y es considerada una de las carreras más importantes de Latinoamérica. La llegada heroica de los deportistas tiene en vilo a los municipios que ponen a su disposición ambulancias, camionetas 4x4, helicópteros y un equipo de expertos rescatistas. Todos asisten a los corredores en la increíble misión de atravesar montañas, arroyos, cascadas y volcanes con un único medio de transporte: el propio cuerpo.
Largada. Son las últimas horas del día y ya se vaticina una noche dura. La llovizna cae, el sol se muestra indeciso y el arco iris viene y va. El fantasma de los tres días de carrera bajo la lluvia, como sucedió en 2010, deambula entre las seiscientas carpas de los mil doscientos corredores que descansan en el campamento a orillas del lago Rucachoroi, el punto de partida de la carrera. "Este es mi quinto año, pero ahora tengo otro compañero. El anterior sufrió hipotermia el año pasado y tuvo que ser internado en terapia después de cruzar un glaciar. Volvimos de Chile en ambulancia y nunca más corrió", explica Javier Balbi, productor televisivo.
Sebastián Tagle, el director del evento, tranquiliza vía micrófono a los participantes, "tendremos tres días de precioso sol". Minutos más tarde, los corredores logran olvidar el clima y reparan en algo más especial: el suelo sobre el que están acampando. En tanto, Mauro del Castillo, intendente de Villa Pehuenia, les revela que llevó varios años convencer a la comunidad mapuche-tehuelche para que cedieran por un día ese asombroso predio donde comienza un circuito poco popular para cruzar la cordillera.
Juan Manuel, el cacique que brindó el consentimiento, pasea por el predio y sólo tiene una opinión al respecto: "Están locos, cruzar corriendo… ¡Si hay mulas!". A las 21.30 el camping se llena de largas colas alrededor de las carpas de la organización. Con sus platos, los corredores hacen fila para recibir el menú diseñado para deportistas de alto rendimiento: pastas, carnes magras y frutas.
La vedette del programa de nutrición son las golosinas de gelatina y las barras de avena rellenas con mermeladas. Media hora más tarde el silencio en el campamento es obligatorio. El grupo electrógeno se apaga y ellos duermen en los pliegues de la cordillera que ya se vislumbra como uno de los mayores desafíos de sus vidas. ATLETAS.
El sol que los despierta no alcanza para apalear el frío, pero eso no parece importarle a nadie. "Si pensás en lo que se viene, esto es lo de menos", aseguran los líderes del grupo de elite, Gustavo Reyes y Nelson Ortega. Ellos componen el team Salomon Optitech. Fueron los número uno el año anterior. Nelson nació en Río Negro y es miembro del Ejército.
Gustavo juega de local y es personal trainer. Son atletas profesionales. En ellos no hay gestos de exaltación, están demasiado concentrados. Varios metros atrás, visiblemente más excitada se encuentra la dupla "Les Docs", compuesta por Carlos Quiroga, un ginecólogo que trabaja en el Hospital Alvear y vive en Villa del Parque, y Julio Montenegro, un cirujano de emergencia que trabaja en el Hospital Penna y viene del barrio de Caballito. Ellos son la dupla más longeva, tienen 71 y 73 años, respectivamente, y confiesan haber empezado a correr recién a los 50, cuando sus hijos se hicieron grandes y ya no querían jugar al tenis con ellos. Ahora entrenan juntos cuatro veces por semana, a las 6.30 de la mañana. Para llegar al certamen buscaron terrenos irregulares en la Reserva Ecológica y subieron y bajaron centenares de veces las infinitas escaleras de la Facultad de Derecho.
Están ansiosos por ver los resultados. A su lado pasea una mujer con un enorme sombrero adornado con una araña de peluche. Su cuerpo no es atlético, su atuendo tampoco. "Hola, soy la mujer araña", se presenta. Se llama Emilse, tiene 32 años, es ingeniera en informática y trabaja para Telecom. Dice que esta es su carrera número doscientos seis y que jamás ganó ninguna. Su filosofía, jura, es divertirse, sólo eso. Su relato se interrumpe con el llamado de largada. Suenan Blacks Eyed Peas y David Guetta en los enormes parlantes que rodean el arco por el cual se lanzan oficialmente hacia la inmensidad patagónica. Suenan también gritos y palabras de fuerza.
La gente se abraza, se persigna, llora y se desea suerte. Y tras una corta cuenta regresiva, se largan a correr. Los esperan 32 kilómetros hacia Ñorquinco. En esta primera etapa lo importante es preservarse físicamente en los desniveles y arroyos. Parece simple, pero no lo es, para nada. Para asombro de los organizadores, luego de tan sólo dos horas y siete minutos, Gustavo Reyes y Nelson Ortega llegan al camping. El segundo puesto lo tiene un perro parecido a un lobo que los acompaña moviendo la cola desde la largada. Con trece minutos de diferencia comienza a llegar el resto, todos siguen de largo, directo hacia el lago Ñorquinco, donde se refrescan en aguas de deshielos. Algunos llegan lesionados, picados por tábanos, con colitis y vómitos.
Otros sonríen, se abrazan y juran haber visto los mejores paisajes de sus vidas. La mujer araña nunca llega. Cuando ya se acerca el anochecer deciden ir a buscarla. Queda descalificada, pero puede seguir corriendo, en un grupo diferente que sale más tarde y al cual se le marca un recorrido alternativo. "Lo que importa es participar", se consuela. Y acepta seguir de ese modo. UNA MANADA. Al otro día, el entusiasmo inicial está atenuado. Todos saben que viene lo peor. En la segunda etapa quedarán en camino la mayoría de los participantes. El recorrido muestra elevaciones y descensos muy pronunciados que exigen un desgaste físico enorme. A pesar de que a Reyes y a Ortega sólo les toma tres horas y media recorrer los 35 kilómetros desde Ñorquinco a Moquehue. Al perro le toma algunos minutos más. El promedio del resto de los participantes es de ocho horas. "Les Docs" llegan tras nueve horas pero se alegran al saber que a algunos mucho más jóvenes les está tomando más de diez lograr lo mismo. Festejan con los pies en el lago, con lo pulgares arriba y tomando jugos y agua mineral.
La mujer araña vuelve a fracasar, otra vez van a buscarla. En el camping ella sigue asegurando que está feliz igual. Al tercer día la mayoría de los participantes sólo se conforma con llegar. Se les pide a los periodistas que no intenten alentar a los corredores indicándoles distancias o tiempos. "Faltan diez minutos" puede ser un incentivo catastrófico para alguien que lleva doce horas de travesía y seguramente la respuesta será un insulto. A esta altura nadie se sorprende cuando Reyes y Ortega cruzan la recta de llegada a las casi tres horas de haber partido y se consolidan como los primeros. Sólo llegan 494 de los 600 equipos.
Recién doce horas y media después hay noticias de la mujer araña. En el trayecto que va desde el Lago Moquehue hasta Chile, a través del paso Icalma, hay lágrimas, dolor y esfuerzo, elementos insólitos en unas vacaciones. Los habitantes saludan, piden autógrafos y asisten a los corredores en el camino. El perro ya es una figura popular entre los corredores. "La organización nunca pudo retenerlo. Le ofrecieron comida y comodidad pero él no se contuvo y vino con nosotros. Cree que somos su manada y yo supongo que algo de eso hay en esta cuestión. Todos corremos hacia el mismo lado, somos libres y salvajes, como los lobos", concluye uno de los mil doscientos miembros de la minoría que no quiere pileta, mar, ni comida grasosa.
Por Denise Tempone
Fuente elargentino.com