Nos llega a la redacción de Pezcalandia este hermoso informe de la austríaca Maria Kittl, quien presume a sus 90 años de seguir sumando ascensos, práctica que le ayuda a mantener ágil su cuerpo, pero sobre todo la mente.
Muchos firmaríamos tan solo con llegar a su edad, 90 años, con la mente más o menos lúcida, y con ganas y fuerzas de dar algún paseo aunque fuera detrás de un andador. Maria Kittl supera todo ello. Una súper abuela que no entiende de límites y a la que ni las más escarpadas montañas se le resisten. «Cuando veo una pared empinada mi corazón empieza a cantar», relata mientras se coloca ágil el casco, el cinturón, el arnés y los mosquetones.
Así es ella. Más que incombustible. Una mujer cuya historia tomaron de reclamo hace unos meses en la web de la Oficina Nacional Austriaca Del Turismo, como excusa para promocionar sus magníficos parajes, con infinidad de propuestas al aire libre, y ya de paso para poner de manifiesto una vez más los beneficios de la práctica deportiva. Maria representa esto último a la perfección.
Campeona de esquí y también de doma en su juventud a nivel estatal, se adentró en el mundo del montañismo y la escalada gracias de la mano de su marido, Robert Kittl, famoso alpinista que en 1971 llegó a protagonizar una hazaña. Cruzó él solo, con esquíes y también andando, los Alpes, de este a oeste, en 40 días. Con él llevó a la máxima potencia el espíritu aventurero que siempre había habitado en ella, y juntos llegaron a explorar algunas de la rutas de escalada más complicadas, convirtiéndose en la primera mujer en completar muchos de esos trazados, en la década de los años sesenta y setenta.
Maria reconoce que una de las principales razones por las que escala es para «ejercitar la mente», siendo la representación perfecta de los resultados de un estudio de la prestigiosa Universidad del Norte de Florida. En él subrayan que las características específicas de este deporte pueden mejorar significativamente la memoria de trabajo de una persona, además de otras funciones cognitivas, ya que su práctica involucra sobre todo el equilibrio, la coordinación muscular y la orientación espacial simultánea.
Una pasión que le costó la vida a su marido, quien falleció en 2008 en un accidente mientras escalaba el Dachstein. También su hijo se quedó en una montaña, con tan solo 17 años, cuando realizaba un vuelo en parapente. Pese a vivir la cara más amarga en sus propias carnes, Maria no dejó de practicar este deporte. «Solo tenía dos opciones, rendirme o volverme más fuerte». Cuando llegó a los 70 años pensó que, al ser un entrenamiento tan completo, igual le podría ayudar a cumplir los 90 en buen estado. Y así ha sido. «Entrené mi propio subconsciente y aquí estamos», bromea.
Antes, con 85 años, se planteó una gran hazaña para su edad, dedicar a la escalada los máximos días posibles, en la recta final de su vida. Hasta que el cuerpo aguante. A punto de cambiar de década había logrado ocupar 250 jornadas en subir montañas, algo impensable incluso para personas mucho más jóvenes que se lo toman más en serio. Su rutina sigue siendo escalar paredes rocosas varias veces por semana. Lo hace acompañada por un guía de montaña. En los últimos años es Christoph Höthmair, quien podría ser su nieto, y quien se ha convertido en uno de sus mejores amigos, con el que ya ha sumado ascensos en algunos países como Croacia, Francia o España. «A su edad tal vez le duela alguna parte del cuerpo, pero ella siempre encuentra una solución. Es impresionante».
Fuente El Correo